Manuel Pérez Lourido
No puedo, no puedo
Sé que no debería hacerlo, sé que es la segunda vez que les aburro con mis fobias musicales hechas tonada de baratillo y sé que ustedes se merecen no más, sino mucho más. Pero es esto o empezar a gastar una fortuna en psiquiatras, o sea que una vez más les ruego comprensión y paciencia.
El otro día iba por la calle y oí algo que simulaba ser una canción. Es decir, venía en formato de canción y podría llegar a serlo, aunque la letra fuese estúpida y la música facilona. Vale, pongamos que era una canción lo que estaba oyendo. Hace mucho tiempo que supe que tener orejas y, sobre todo, oídos en ellas, tenía muchas ventajas y algunos inconvenientes.
Paseaba mis miserias, como decía, por esta nuestra ciudad cuando escuché: "Quiero desnudarte a besos despacito / firmo en las paredes de tu laberinto / y hacer de tu cuerpo todo un manuscrito". Lo de hacer de tu cuerpo un manuscrito confieso que me derrotó. Me dejó en medio de la acera sin aliento, con el encéfalo seco como la mojama comprendiendo de pronto que jamás lograría descifrar un enigma semejante. Menos mal que la canción seguía: "Sube, sube / sube, sube, sube / quiero ver bailar tu pelo / quiero ser tu ritmo/ que le enseñes a mi boca /tus lugares favoritos (favorito, favorito baby)" y ahí ya no caben sutilezas: está claro que el chico canta desde la terraza de un quinto y que la chica lleva melena y que quiere hacer con ella cosas que no se atreve a mencionar explícitamente y favorito, favorito, baby. Si quieres asegurarte de molar como letrista de altos vuelos tienes que meter un baby o un oh yeah por algún sitio. Palabras como laberinto o manuscrito son el peaje para demostrar que has leído algo en lo que llevas de vida.
Cuando recuperé el sentido (no hay gran cosa que recuperar, vale) proseguí mi camino mientras intentaba recordar de qué me sonaba todo aquello. En eso estaba cuando oí (se ve que en todas partes sintonizan la misma emisora de radio) "Sabes que tu corazón conmigo te hace bom bom". Rimar corazón con bom bom tiene que tener algún tipo de calificación pero ni de lejos pienso aventurarme a averiguar cuál seria la apropiada. La canción seguía y al fin oí el título. Se repetía varias veces, seguramente aquellos que no se manejan bien con las florituras del lenguaje: "despacito". Ese era el título de aquella cosa. Seguí caminando pensando, como cantara Serrat, que aquel podía ser un gran día y que aprovechar lo que pasaba de largo dependía de mi.