Manuel Pérez Lourido
El tiempo se esfuma
La capacidad para medir el tiempo es en realidad una habilidad que se adquiere con el paso del mismo. Hablamos de ser capaces de saber cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que hemos echado un vistazo al reloj. "Ha pasado media hora" y tras un vistazo, compruebas que el minutero ha avanzado treinta minutos. Es una destreza que no sirve absolutamente para nada, hoy por hoy, salvo si te secuestran un día y te quedas sin reloj. Aunque al poco las horas se convertirían en minutos y los minutos en horas. Mejor que no te secuestren.
La vida está hecha de tiempo y el tiempo es una araña voraz que termina por devorarlo todo. Mientras eres inmortal, es decir, mientras eres joven (y entonces eres inmortal porque nunca piensas en la muerte) te trae sin cuidado el tiempo. Lo que tienes por atrás mejor olvidarlo y el futuro está siempre demasiado lejos: es el presente lo que habitas y donde plantas tu tienda de campaña, de donde sales a tirar flechas para cazar y emparejarte. Si esperas que Cupido lo haga por ti, estás apañado. Al menos uno lo recuerda así.
Luego llegan los días de la madurez, sea lo que fuere esta, aunque me temo que se trata del tiempo en que empiezas a extraer lecciones del pasado, habitas con precaución el presente y miras de reojo al futuro. En esta etapa el tiempo ha hecho otro de sus giochi di mano y los días pasan como si fuesen horas. Una compañera de trabajo me dice que hace unos cuantos años que las semanas pasan a un ritmo de lunes-viernes, que ignora qué ocurre con los días del intermedio, tal es la velocidad con la que transcurren.
Desconozco cómo serán los días de la senectud, cuando el futuro haya desaparecido, habites el pasado y el presente sea una masa aforma que suerte tendrás si no te la tienen que administrar otros.
En todo caso, además de poner a mal tiempo buena cara, lo mejor es no preocuparse demasiado. No sirve de nada.