Manuel Pérez Lourido
Pacifismo en entredicho
Soy una persona pacífica. Ustedes me conocen, aunque no me conozcan. Ustedes saben que ni mato a una mosca ni siento inclinación por violencia de ningún tipo. Ni siquiera la verbal, un reducto muy frecuentado por quienes tienen la presión alta y la tecla rápida. Por eso no creerán lo que voy a decirles, pero se lo diré igual.
Existe un reducido (a Dios gracias) grupo de seres infrahumanos al que detesto con toda mi alma. Se trata de unos especímenes a los que cierto tipo de incapacidad irreductible ha nublado las entendederas y ahora son incapaces de regresar a una fase cercana a la normalidad.
Pongamos que un día cualquiera a una hora de las mismas características, usted se va al súper a comprar tres o cuatro cosas que, si bien puede pasar sin ellas, le apetece tener en casa. Esa ausencia de verdadera necesidad convierten la compra, de por si una actividad banal que ni siquiera debiera ser catalogada como tal (igual que ponerse la ropa o cerrar con llave) en un paseo que se puede hasta disfrutar si el tiempo acompaña. El buen tiempo, se entiende. Pongamos que usted se hace con los artículos que desea (con un deseo frágil, casi inconsistente) y sale del supermercado portando una bolsa de plástico. Y en ese momento pasa por la calle un automóvil con las ventanillas abiertas y la música a todo trapo. El degenerado que va tras el volante (no sé por qué siempre son varones, he decidido dejar de intentar comprender qué razón misteriosa hay detrás, si es que la hay), el ser que apenas merece tal denominación, que no merece en realidad ninguna denominación que no vaya precedida por el prefijo "infra", lleva puesta música de: a) reguetón b) salsa de la peor especie, de la que se te atraganta c) pop baboso, meliflúo, insultante d) una espantosa combinación de los tres anteriores sin nada remotamente parecido al buen gusto. Ni la aceleración de un Fórmula I puede superar la velocidad conque su irritación, querido lector, pasa de menos a cuatro millones por segundo (de cualquier unidad en que se mida la irritación). Usted se calienta de tal manera que le lanzaría la bolsa de plástico si hubiese comprado un cóctel explosivo en lugar de mencía y dos bolsas de aceitunas. Son solo unos segundos pero el coche (un modelo que es deportivo o que pretende serlo) ha dejado tras de sí un rastro de oídos malheridos, miradas asesinas e imprecaciones improvisadas y sanguinarias.
Si te gusta esa mierda de música, vale, si eres tan hortera de comprarte esa mierda de coche para poner esa mierda de música, vale... ¡¡¡pero cierra las ventanillas para que no tengamos que sufrirla los inocentes peatones, pedazo de....!!! ¿por qué esa manía de proclamar a los cuatro vientos tu escasa formación cultural, tu pésimo gusto y tu exacerbada devoción por lo macarra?, ¿es que nadie te quiere?, ¿es que no te quieres a ti mismo?, ¿o es que, simplemente, eres tonto?
Y digo yo, si todo esto procede de una persona pacífica, ¿qué podría ocurrir con una que no lo fuese?