Manuel Pérez Lourido
Independizarse por las bravas
Usted entra en un bar y pide una tapa. Se supone que es un bar de tapas, usted no es tonto. Pide una tapa de patatas bravas, sabe que en ese local las preparan bien bravas, pero a uste le gustan así. Le gusta que le arda el paladar, no le parece suficiente que le pique un poco. Usted se toma la tapa con esmero, con esmero y con quien quiera que haya ido con usted al bar. Si ha ido solo, se la toma usted solo. Le arde el paladar. Le comenta a su acompañante, que ha pedido otra cosa, lo mucho que arden las patatas bravas. Lo hace como quejándose. Hace gestos con una mano, sacudiéndola arriba y abajo. Aspavientos se llaman. Su acompañante se ríe un poco. Usted se queja. Ha pedido patatas bravas para tomárselas, que le arda el paladar y quejarse de ello.
Así es la vida, tiene esas cosas.
Independizarse por las bravas también tiene esas cosas. Y querer independizarse por las bravas, ah, eso es mucho peor que hacerlo. Usted empieza por desear una cosa, sea que lo desee de corazón, que sea una pose o una simple estratagema para conseguir determinados réditos políticos y de pronto se encuentra envuelto en una espiral de sucesos que usted mismo ha contribuido a desatar. Y entonces descubre que de verdad desea independizarse. Es un puro sentimiento, una volición del ego saturada de emocionalismo y envuelta en una bandera, pero es poderosísimo. Ni tiene preparado el futuro aún ni tampoco está dispuesto a admitir tal cosa. Como mucho tiene un boceto, unos apuntes a lápiz, una tramoya incipiente para sostenerse el día de mañana, ¡pero es que el día de mañana no era aún!
Lo malo es que, salvo que cuente con la aquiescencia y colaboración de los poderes del Estado del que se quiere independizar, usted no va a tener otra salida, dentro de la legalidad vigente, que hacer esta trizas. Tras lo cual seguramente esa legalidad vigente se volverá contra usted y entonces se va usted a enterar de cuánto pueden picar las patatas bravas. Porque claro, a lo que usted no está dispuesto, gracias a Dios, es a independizarse por las armas. Y no solo porque llevaría las de perder.
Bueno, siempre podrá usted desporticar de las patatas bravas: de la salsa pero, sobre todo, del cocinero o cocinera que la preparó y, por supuesto, del camarero que se la sirvió. Y, cómo no, del encargado del bar. Ese miserable que te sirve una tapa de bravas solo porque se la encargas.