Beatriz Suárez-Vence Castro
El otoño de Javi
El pasado 29 de septiembre Lola Herrera y Juanjo Artero representaron en el Pazo da Cultura de Pontevedra la obra de teatro La velocidad del Otoño, de Eric Coble, dirigida por Magui Mira, a la que tantas veces hemos visto encima del escenario también como actriz.
Poco hay que añadir a la carrera de Lola Herrera. Nada puedo escribir ya sobre ella que aporte más admiración a la figura de una intérprete tan grande. Ella misma dejó claras sus dotes de animal escénico encarnando sobre las tablas a la inolvidable viuda de Cinco horas con Mario de Miguel Delibes. Sigue siendo una soberbia actriz y el hecho de que nos conmueva no resulta sorprendente.
La auténtica revelación, en esta obra, es Juanjo Artero. Partiendo de la inicial valentía que se necesita para darle la réplica a alguien como Lola Herrera, la interpretación del actor va creciendo y creciendo a lo largo de la representación.
A los que le conocimos en televisión con el papel de Javi en la serie Verano Azul nos resulta difícil borrar esa imagen porque forma parte de nuestra infancia, casi adolescencia. A pesar de haberle seguido después en otros trabajos destacados también en televisión como en El comisario.
Javi, quiero decir Juanjo, aparece en el teatro como lo que es: un actor hecho, de una pieza.
En sus comienzos no consiguió dejarme huella, ni tan siquiera estando en una edad tan propicia a enamorarme de quien saliera en pantalla y con una serie tan entrañable como la de la pandilla de amigos de aquel verano en Nerja con Chanquete. Yo, tengo que reconocerlo, era más de "Pancho".
Juanjo Artero siempre me había parecido un poco frío en su manera de hacer, como despegado de sus personajes. Sin embargo ha ido creciendo tanto, tanto, que el viernes consiguió borrar de mi cabeza a aquel guapo y sosete Javi y al policía modernito y un pelín hortera que encarnaba en El Comisario.
El personaje de Cristóbal, en La velocidad del Otoño ha sacado lo mejor de su intérprete. Su voz no necesita más ayuda para llegar a las últimas filas, quizá se resiente en algunos momentos de un leve acento a pulir, pero que no desluce en nada la fuerza con la que va construyendo su actuación.
Cristóbal comienza siendo alguien anodino, con poco peso específico al lado del personaje de su madre, (no se olviden: Lola Herrera), para ir creciendo y creciendo en sus muchos registros.
Es un papel que ofrece múltiples posibilidades a un actor y que él sabe aprovechar con inteligencia, sensibilidad y la maestría propia de quien lleva toda la vida aprendiendo, al lado de los mejores. No se arruga un ápice ante la presencia de Herrera y consigue que su personaje se vaya abriendo desde un hermetismo inicial hasta dejar el corazón al aire.
Es difícil hacer un resumen de cualquier obra de cine o de teatro sin destriparla, sin fastidiar al futuro espectador con detalles que él debe descubrir por sí mismo. Solo destacaré por ello una escena en la que Artero, sentado en el sofá junto a su madre, le cuenta la anécdota de un viaje en un momento tan brillante como arriesgado.
Si esta escena llega a ser construida por otro actor menos virtuoso o menos bregado, arrancaría la risa del espectador porque bien fácilmente podría resultar ridículo en su actuación. Pero él consigue el silencio de la platea. Eso tan difícil. Un silencio que suena de tan denso, de tantas respiraciones forzadas a contenerse al mismo tiempo. Ese, es su momento.
Él tiene la valentía de acometerlo y Lola Herrera la generosidad de dárselo. Y quienes estamos en las butacas, la suerte de presenciarlo.
Hay muchos más momentos bonitos en la obra. Muchas miradas entre Herrera y Artero, entre Cristóbal y Alejandra, entre madre e hijo, que bien podrían serlo en realidad. Mucha complicidad trabajada entre estos dos actores que elaboran sus papeles sin que esa elaboración se note.
Trabajo hay en la composición de Cristóbal por parte de Artero, en sus movimientos del cuerpo, en su posición en el escenario, en la variedad de emociones que logra transmitir: ternura, alegría, tristeza, enfado, rabia. Todo eso y más, crea en la piel del hijo pequeño de la protagonista indiscutible. Un papel, en cambio, nada pequeño para un actor que le ha tomado perfectamente la medida.
La velocidad del otoño es por supuesto, Lola Herrera y un texto fabuloso de Eric Coble, pero atención al otoño de Javi. Ha logrado por fin desprenderse de lo que quedaba de aquel verano. Del Verano Azul.
Quienes vimos la representación el viernes, y conocimos a Cristóbal, habiendo sido niños con Javi, fuimos conscientes, ayudados además por la temática de la obra que es nada más y nada menos que el paso del tiempo y la vida, de que también hemos dicho adiós al verano, pero sin nostalgia, con el convencimiento de que en la madurez, incluso en la vejez, también existe belleza.