María Biempica
"La vie en rose"
Este verano, mientras algunos disfrutaban de sus vacaciones, nos dejaba una gran mujer. Estaba pasando unos días con mis hijos en Bordeaux cuando me enteré de la muerte de Simone Veil. Hacía apenas un par de días desde nuestra llegada al país galo y pude comprobar el aprecio y respeto que sus ciudadanos le procesaban. El 13 de julio hubiese cumplido los noventa años.
Simone Viel fue abogada y política francesa. Superviviente del Holocausto, nunca dejó de creer en el ser humano, aunque reconocía "ser una optimista, pero desde 1945 estaba desprovista de ilusiones". Fue la primera mujer en ser ministra en Francia así como la primera en presidir el Parlamento Europeo en Estrasburgo. Estuvo al frente del Ministerio de Sanidad desde el mes de mayo de 1974 hasta julio del 79. Y no debieron ser años fáciles para ser feminista. Durante este período aprobó leyes polémicas como el acceso a los anticonceptivos y la legalización del aborto. Ambas leyes le hicieron ganarse admiradores, pero también poderosos enemigos, como la iglesia católica. Eso nunca le frenó para seguir luchando por la condición de las mujeres.
Perdió parte de su familia en el campo de concentración nazi de Auschwitz y sesenta años después de aquella experiencia reconocía que "todavía me atormentan las imágenes, los olores, los gritos, la humillación y el cielo lleno del humo de los hornos".
En 2005 le otorgaron el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional por la defensa de la libertad, la dignidad de la persona, de los derechos humanos, la justicia, la solidaridad y el papel de la mujer en la sociedad moderna.
Afirmaba otra gran escritora francesa, filósofa y defensora de los derechos humanos, Simone Beauvoir, que "No se nace mujer, se llega a serlo".
Mientras escribo estas líneas escucho de fondo a Edith Piaf cantando melancólica su célebre "La vie en rose" y pienso que llegar a ser mujer es un mérito que sólo corresponde a unas pocas luchadoras. Y que sin ellas, la vida no parece tan rosa.