Beatriz Suárez-Vence Castro
Gotas de agua
Qué difícil pensar en algo positivo cuando un lugar tan querido para toda España como las Ramblas barcelonesas se tiñe de sangre; cuando en lugar del bullicio habitual de los turistas, de los paseantes, de los músicos callejeros, de los mimos, de los niños y los perros, queda ahogado por gritos de terror, para luego quedar en silencio. La peor señal de que algo grave ha sucedido en una calle normalmente bulliciosa: el silencio.
Cuando el dolor nos ciega de esta forma repentina, lo peor y lo mejor que llevamos dentro, los dos extremos humanos, aparecen vomitando sentimientos desde el fondo de las tripas: Rabia, tristeza, deseos de venganza, miedo, incertidumbre, egoísmo, pero también instintos de protección, ganas de ayudar como sea, de apoyar, de dar gracias por no ser uno de los que están a nuestro lado, heridos o muertos, de rezar por ellos seamos o no creyentes, de aliviar de alguna manera tanto sufrimiento ajeno y propio, de sentirnos útiles, de hacer algo práctico, después de haber deseado lo peor a los culpables. Todo eso somos. Todo eso contenemos y todo lo dejamos salir cuando pensamos en Barcelona capital o en Cambrills.
Qué complicado no permitir que la rabia ocupe todo y, sin embargo, qué necesario.
Además de las imágenes más descorazonadoras, nos llegan historias de solidaridad, como la de la mujer arrollada por la multitud en las Ramblas a la que una pareja de jóvenes desconocidos socorrieron y cuyo hijo les busca ahora para agradecerles ese gesto, sin el cual las consecuencias para su madre habrían sido mucho peores. O todas aquellas personas que, viendo el agobio de los turistas que tenían su hotel en la zona siniestrada y no podían acceder a él, ofrecieron sus casas para alojarles. Todos aquellos que en las redes sociales, en vez de mensajes de odio racista, difunden las fotos de los desaparecidos. Quienes se ofrecen a cuidar de las mascotas de quienes viven solos y están hospitalizados, sin pedir nada a cambio. Aquellos, incluso, que se quedan acompañando a los heridos más graves, para que les llegue algo de calor humano en sus últimos momentos. Para que no mueran solos. No se me ocurre un gesto más compasivo hacia otra persona que ese. Es duro hacerlo por alguien a quien quieres y extraordinariamente generoso por alguien a quien no conoces.
Todo ello habla también de la Naturaleza humana, de la misma que lleva a un chico de diecisiete años a conducir una furgoneta y arremeter, loco de odio, contra aquellos a quienes él considera "infieles". Qué joven puede uno llegar a acumular tanto rencor. No alcanzaban los treinta años ninguno de los terroristas del comando que atacó Barcelona.
Destacable también la actuación de los Mossos d’ Esquadra en Barcelona y especialmente en Cambrills donde, aún a costa de cinco personas muertas, evitaron una masacre mayor.
La actitud de todos los españoles, unidos una vez más cuando atacan a una parte de nuestro país, olvidando que un sector del pueblo catalán no quiere pertenecer a él: ¿Qué más da eso cuando algo tan horrible sucede?
Las prioridades cambian cuando perdemos lo que de verdad importa. La paz que queremos recuperar está por encima de cualquier consideración territorial o política.
Y sin embargo estos "días después" en lo que aún estamos conmocionados por el golpe, viviendo una especie de resaca emocional, debemos preguntarnos cómo podemos parar entre todos esta nueva guerra .Porque una guerra es: Estado Unidos, Francia, Inglaterra, Bélgica, España. Todos golpeados por el Yihad, por el terrorismo islamista. Por el terrorismo, no por el Islam.
Mientras a quién corresponde decidir sobre cuestiones de Defensa, de alertas, de medidas ante la situación actual, los ciudadanos de a pie, solo podemos ayudar gota a gota, echando agua, en lugar de leña, al fuego: Gotas de compasión, de racionalidad y, sobretodo, de solidaridad.