María Biempica
La selva
Cada acontecimiento de nuestras vidas lo asumimos con una innata resignación pues aprendemos que de poco o nada sirve revelarse, y aunque existen muchas maneras de querer cambiar el mundo, lo cierto es que no hay apenas gente íntegra que quiera afrontar ese inconmensurable esfuerzo, y preferimos decantarnos por la más que cómoda y atrayente vía de la resignación.
Cada vez que viajo me doy cuenta de que en todas partes cuecen habas y que a pesar de encontrarme disfrutando de apasionantes lugares a miles de kilómetros de mi propio hábitat, en todos ellos se forman pequeñas selvas humanas en las que intentan convivir sus diferentes especies.
Las propias familias somos micro selvas. Cada uno de nosotros; animales física, intelectual y cromosómicamente diferentes, debemos adaptarnos y aceptar unas normas impuestas que asumimos inocentes.
Muchas veces, al alejarnos de nuestra ya cómoda selva, nos asusta encontrar animales desconocidos e imaginamos bestias ávidas de capturar su presa diaria, que se cruzan en nuestros caminos intentando atraparnos desprevenidos, y sorprendentemente salimos victoriosos a pesar de sus ingeniosas trampas.
Vivimos la mayoría de las veces intentando adaptarnos a estas nuevas normas de convivencia con la única finalidad de resistir un día más.
Esa es la sensación que tienen la mayoría de los animales que forman parte de la selva llamada "clase media española" y que a pesar de sus ansias por adaptarse a las nuevas especies depredadoras dominantes, se ven abocadas a vivir sus vidas en complicadas manadas y repartiéndose los escasos restos que dejaron insaciables aves carroñeras. Estas micro selvas con techos de cristal se antojan para algunos divertidas en ocasiones, aunque requieran tantos sacrificios para mantenerlas.
Me conmueve de manera especial observar a las hembras en sus propios hábitats, pues representan el animal más hermosamente particular de todas las especies que habitan este planeta. Son recolectoras o depredadoras dependiendo de las necesidades de sus congéneres. Son amorosas y maternales. Son fieles, pues nunca abandonan a uno de los suyos; y decididas, al afrontar con aplastante habilidad situaciones que pocos jefes de manada sabrían resolver.
Abocadas a salir adelante sin ayuda, son muchas las que paren a sus cachorros solas, sorteando todas y cada una de las trampas que se esconden tras sus caminos, con la única ayuda de su intuición. Otras, quizá tristemente, pero sin duda alguna, inteligentemente, deciden deshacerse de los que saben no podrán cuidar o amar. Y lo hacen solas; sin rencor ni reproches. También sin el apoyo de sus propios camaradas, pues es una tarea deshonrosa que en ocasiones acarrea incluso la expulsión inmediata.
Y es que cuesta tanto avanzar…
Afortunadamente, existen selvas en las que te sientes seguro. Cada especie que la conforma te cuida y te enseña a sobrevivir más cómodamente. Comparten alimentos, conocimientos y cuidan de tus cachorros como si fuesen de su propia camada. Te trasmiten lo aprendido durante generaciones y cultivan en cada ocasión un impagable sentimiento de plenitud. Te hacen sentir amado, pues sus integrantes, generosamente, te protegen del frío con sus propias pieles y apaciguan el sofocante calor regándote con sus trompas rebosantes de agua. Serenamente comparten sus vivencias y anécdotas, haciendo que en esas selvas, los peligros se transformen mágicamente en pura leyenda.