María Biempica
Hijos de un dios menor
No hay nada tan normal hoy en día como ser diferente. A algunos la simple idea de la monotonía nos angustia. En cambio lo auténtico y lo verdaderamente genuino nos conmueve e hipnotiza.
Teñimos nuestro pelo de verde, violeta o rubio platino y ya nadie se sorprende. Adornamos nuestros cuerpos con majestuosos tatuajes o nos agujeremos en inimaginables orificios con tal de sentirnos más nosotros y eso forma parte de nuestra forma de vida.
Somos vegetarianos o carnívoros por convicción. Somos transgresores o conformistas por naturaleza. Somos zurdos, diestros e incluso ambidiestros por intuición. Somos pendencieros o puritanos por iluminación. Y hasta hace bien poco creímos ser hombres o mujeres, por educación. Nadie hasta ahora discrepaba de que un hombre era un hombre y de que una mujer era una mujer. Pero qué equivocados estábamos.
Afortunadamente esa educación se puede moldear. Y discrepar siempre ha sido de sabios. Para hacerlo bien, claro está, hay que estar informado, estar abierto a diferentes posturas y saber defender tu criterio con elegancia. Lo importante es escuchar y comprender el planteamiento del otro aunque no se esté de acuerdo e intentar ser flexible para aunar conceptos. Y si no es posible llegar a un acuerdo, no querer convencer al otro de que tu postura es la correcta.
Me gusta lo diferente. Me gusta aprender y adaptarme a nuevas situaciones y premisas. Los niños para eso son un gran ejemplo, por lo que procuro empaparme de su sabiduría y de su falta de prejuicios.
Por eso me alegra comprobar cómo en el colegio de mis sobrinos siguen disfrutando de su compañera de clases que hasta hace unos meses se llamaba Rubén. No la juzgan ni la rechazan. La aceptan tal y como es. Es transgénero y tiene 6 años.
Ya pocas cosas nos conmueven o nos inspiran. Sólo los pequeños milagros que ocurren cada día gracias a estos hijos de un dios menor.