Kabalcanty
Más de doscientos quince likes
Aunque ese día no tenía que trabajar, se levantó de la cama temprano. También le pasaba los días que tenía que trabajar: se acostaba demasiado tarde; estaba toda la jornada soñoliento, con la cabeza pesada y el estómago revuelto, sin embargo no renunciaba nunca a trasnochar otra vez. Le podía más la ventana de la vida que le ofrecía el monitor conectado que cualquier otra cosa en el mundo. Mucho más.
Por eso, antes de tomarse un café cargado, encendió el pc y le dejó que se fuera configurando. Apenas miró por la ventana para ver que se preparaba un estupendo día soleado de primavera, su tensión estaba en el cuarto donde el ordenador cargaba su sistema operativo.
Tomó su cuaderno de tapa dura, el que siempre guardaba con mucho esmero junto con otros diez o doce de la misma índole, e hizo algunos arreglos en la frase que escribió la noche de antes. Buscó en Google una fotografía bucólica, de esas enmarcadas de estrellas o flores de arrebatadores colores, y la guardó en un archivo. Era el momento de abrir Facebook. Interiormente reconocía que ese instante le producía una cierta ansiedad, una zozobra que le aceleraba el pulso y que se aplacaba cuando tecleaba su clave y abría su página personal.
Comprobó con satisfacción que la frase que puso la tarde-noche del día anterior tenía doscientos quince "me gusta". Respiró hondo y se le dibujó una sonrisita involuntaria que flotó unos segundos frente a su boca, aunque él ya no sonreía. "¡Doscientos quince, una pasada, mi record!", se dijo, agradeciendo a todas y a todos desde su página personal. Le hubiera gustado saborear un cigarrillo, sentado en el sofá, degustando el momento, pensando en que su popularidad iba in crescendo y que sólo su buen hacer como aprendiz de escritor era fruto de su trabajo en las madrugadas aunque su labor en la fábrica se viese resentida por el sueño acumulado que ya motivó varias reprimendas del jefe de sección. Le hubiera gustado saborear ese cigarrillo del éxito pero había dejado de fumar hacia tres meses ya que le entretenía su brega frente al monitor y, además, era un vicio pernicioso para su salud.
Copió del archivo la frase y la foto y pegó todo en su página personal. Estaba bonito, quedaba resultón y la frase era muy ingeniosa con un toque de sutileza poético. ¡Sí, hoy seguro que rebasaría los doscientos quince "likes"! Lo copió también en Twitter, Google +, Tuenti y Linkedin. Lo hacía anhelante, a velocidad considerable, deleitándose unos segundos en cómo quedaba encuadrado en su página y, minimizado en su monitor, comprobaba si los primeros "me gusta" acudían a los sitios que dejaba atrás. En unos quince minutos, su post estaba distribuido por todo su mundo virtual. Esperando que la notificación del "like" resaltara en la pantalla, sonó el teléfono. "¡Joder, quién coño será!", dijo malhumorado, cogiendo el auricular de forma brusca. Era su amiga Verónica, una amistad de hace tiempo que todavía conservaba más que nada porque vivían cerca el uno del otro, le proponía dar un largo paseo matinal por el parque que rodeaba al lago. "Nos vendrá bien, tenemos tantas cosas que contarnos con el tiempo que hace que no nos vemos", arguyó ella, llena de emotividad. Pero él no quiso. Le excusó con una gastroenteritis que llevaba días dándole la lata. "Tal vez otro día", dijo ella en voz baja. "Claro, otro día", contestó él y colgó presuroso.
Cuando se sentó de nuevo frente al monitor todo seguía igual. Absolutamente nadie había pinchado satisfacción en su novedad virtual. "Ya ha pasado más de media hora y nada. Tal vez es demasiado temprano", se dijo, sintiendo la intranquilidad anudada por debajo de su garganta. Se agolpaban ideas en su mente pero las desechaba al poco por tomarlas "demasiado temerarias". "Lo que publiqué ayer era, sin duda, de peor calidad y empaque que lo de hoy; si ayer fueron doscientos quince, hoy.......", y se detenía observando con fijeza la falta de actividad de la pantalla.
A media mañana se animó algo el cotarro y tenía seis "likes" en Facebook, dos en Twitter y un retwitteo y una recomendación en Linkedin. "¡Una puta mierda!" Su depresión fue en aumento cuando a la dos del mediodía el balance era muy similar, algunos más pero muy lejos de llevar a esos doscientos quince del día anterior. Se levantó con rudeza dando un rodillazo a la mesa que contenía el pc y se fue a la cocina para prepararse un sándwich de foie-gras. "Tal vez no sea el post adecuado, tal vez esté equivocado y no llegué como he creído", pensaba mientras daba desganados bocados y bebía un zumo de piña.
Sin acabar de comer, cogió otra vez el cuaderno de tapas duras y se devanó los sesos en componer una frase de un par de líneas. Buscó otra foto e hizo lo mismo que a primera hora de la mañana. Esperó. Se quitó la sudadera del chándal porque sintió calor. Limpió concienzudamente las gafas y siguió esperando, aguardando ese aluvión de "likes". "Esta vez será buena", se dijo, clavados los ojos en sus respectivas páginas.
Ya anochecía cuando, sudoroso, con el pelo revuelto y con el torso desnudo, dio la espalda al monitor y fue a dejarse caer en el sofá del salón. Lloró algo, agitando los hombros y fijo en el techo desconchado del cuarto. Luego, se incorporó precipitadamente y cogió un paquete mediado de cigarrillos de un cajón. Fumó varios pitillos seguidos, yendo y viniendo todavía a la pantalla del pc, y haciendo aparatosos aspavientos que denotaban incomprensión. Se sentaba brevemente en el sillón y se levantaba. Murmuraba cadencioso para terminar dándose fuertes golpes en los muslos. "¡¡Es que es incomprensible!! ¡¡Son buenos textos y magníficas fotografías!! ¡¡Por qué ayer sí y hoy no!!", se decía en su trajín.
Acabó llorando con desasosiego, tendido en la cama, exhausto, hasta que llegó a quedarse dormido. Antes que sonara el despertador para ir a trabajar, lo canceló. Saltó de la cama con soltura, tomó el cuaderno de tapas duras, escribió y luego se puso a buscar una fotografía en Google. La persiana del cuarto se iba tiñendo con el arrebol de un nuevo día.