Manuel Pérez Lourido
Personajes
En la gran plaza pública en la que se ha convertido la vida en tiempo real de vez en cuando aparece un ser humano que merece, y obtiene, el calificativo de "personaje". Haremos un esfuerzo por no dar nombres. No son muchos, ni podríamos aventurar si son suficientes. Incluso habrá quien estime que son demasiados. Todos ellos reúnen una serie de características que los sitúan en una categoría perfectamente diferenciada del resto de las personas que alcanzan fama, popularidad o ambas cosas. El primer atributo que detectamos es un acusado deseo de protagonismo, como si hubiesen nacido en un pedestal y en lugar de boca llevasen implantado un megáfono. Lo acompañan con una absoluta ignorancia de cualquier rastro de pudor o recato y todo eso alimenta sin cesar un ego cuyas dimensiones están infladas hasta acercarse a los límites no ya del asombro, sino de la incomprensión.
Los demás los percibimos como especímenes de otra traza y en el fondo admiramos lo que tienen de diferentes. Envidiamos su absoluta inmunidad a las restricciones que el protocolo y las normas nos imponen, su facilidad para emitir todo tipo de argumentos, ideas, fantasías, y cualquier excreción mental como si fuesen el oráculo de Delfos y ellos portadores de las ideas que van a redimir a la humanidad. Cosa que no contemplan ni por un segundo: el ser humano es alguien a quien tienen que tolerar para no estar solos. Si así fuese, no tendrían público para sus gracietas, vasallos para sus directrices, recaderos para sus soflamas. Porque lo cierto es que consiguen embaucar a más de uno.
Una subcategoría de los así definidos la constituyen aquellos que bajan a la arena política, a torearnos. Y lo hacen porque, en un escenario poblado de golfos, la población decide escoger a los charlatanes, a los vendedores de humo, a quienes les prometen una solución rápida. Donald Trump en EEUU, Marine Le Pen en Francia, Norbert Hofer en Austria, Geert Wilders en Holanda, el Jobbik húngaro (la tercera fuerza política del país), son un síntoma evidente. Hice lo pude para no nombrar a nadie: casi 20 líneas aguanté.
Cuando surgen de golpe estos personajes es cuestión de plantearse algunas cosas. Preguntarnos qué hemos hecho, o qué hemos dejado de hacer, para que nos planteemos dejar que ellos nos gobiernen.