Manuel Pérez Lourido
Bichería
En el descansillo de nuestro pensamiento anidan bichos. Acurrucados tras los buenos deseos y los deseos a punto de ser deshauciados por impago de hipoteca, entre las sombras de las cuatro ideas que nos empujan a seguir adelante, embozados acechando los pilares semánticos de la fe de cada cuál (de quienes la tienen), haciendo botellón en los callejones de las ideas brillantes que no logramos sacar a la luz. Los bichos son tenaces y poseen una resilencia desarrollada en mil y una batallas contra nosotros mismos (esas que perdemos miserablemente, pero que ellos ganan).
Esos bichos se hacen pasar por personajes importantes, se infiltran en nuestro inconsciente y allí se maquillan y visten de Prada, como el diablo, para aparecerse ante nosotros como unos señores y señoras dignos de atención. Vistos de frente, no presentan tacha alguna, llevan la raya del pantalón primorosamente dibujada y la caída de sus vestidos es tan perfecta que emboba. Pero si pudiésemos acceder a su interior, veríamos que tienen rotos los forros de los bolsillos y que el dobladillo de las faldas lo llevan sujeto con celo. Sin embargo, nos seduce su apariencia, nos enajena su habilidad para fingir que los hemos parido para hacer nuestra vida más feliz.
Sean envidias, rencores, ira latente, violencia verbal, ingratitud, despotismo, machismo, soberbia, desconfianza, egotismo... la bichería que anida en nuestro interior se disfraza de excusas, se pone elocuentes ropajes que nos traen ideas de dominio, de poderío, de afirmación personal y mil y una explicaciones aprendidas en manuales de "Como hacer lo que a mi me da la gana", editados por Ediciones del Miedo.
En tiempos donde lo que se estila es la inmadurez emocional y el deporte favorito consiste en gritarse "sálvase quien pueda" como excusa para preocuparnos solo de nosotros mismos, lo más recomendable es hacer uso de los insecticidas.