Paco Valero
Rajoy y Amstrong
Visualicemos la escena. Está Mariano Rajoy en el restaurante Jockey, uno de los clásicos de Madrid entre la gente que tiene visa oro, visa de empresa o visa para gastos de representación. Es el 1 de junio de 2006 y el entonces jefe de la oposición está sentado a la mesa con un plato de jabugo y una botella de Rioja. Al poco llega el periodista catalán Rafael Nadal, director entonces de El Periódico, que es quien cuenta esta anécdota en su mini libro Los mandarines (Ariel, 2011). Es la primera vez que se ven y hablan de asuntos personales, y sobre todo de deportes, una de las cosas que más le gusta al hoy presidente. Rajoy se va sintiendo cómodo y relajado y acaba como si estuviera junto a otros contertulios en una de las mesas del Carabela, sentenciando. Y la sentencia que lanza es de órdago, de esas que caracterizan a una persona, por impremeditada. Rajoy dice:
A ver, si todos se dopan, ¿dónde está el problema? Al final el que gana sigue siendo el mejor.
Hablaba, claro, de ciclismo, y a la luz de la reciente confesión de Lance Amstrong, la sentencia gana brillo. Si se aplica la lógica de nuestro presidente, el problema no que Amstrong se dopase, sino que otros, pocos o muchos, no lo hicieran. Al rechazar las transfusiones de sangre y las inyecciones milagrosas, estos deportistas impidieron una competencia equilibrada y dejaron en evidencia a Amstrong.
Es probable que Mariano Rajoy no quisiera decir esto, sino otra cosa: que lo que hay que hacer es acabar con la prohibición del dopaje en el deporte para que los deportistas puedan chutarse esteroides, estimulantes, analgésicos narcóticos, betabloqueantes, diuréticos, hormonas, que se hagan transfusiones de sangre... Que se chuten lo que quieran y apechuguen con las consecuencias: alteración de la termorregulación, hipertensión, taquicardias, disminución de la función renal, trastornos psiquiátricos agudos y riesgo de dependencia, alteraciones del perfil lipidico, alteraciones hematológicas y gastrointestinales... Irán más rápidos, sin duda, y también acortarán su vida, pero el espectáculo estaría garantizado.
Es una forma de ver las cosas la de Mariano Rajoy, desde luego. Tomada como filosofía de vida, la frase tiene su intríngulis. Del tipo: si todos hubiéramos vivido por encima de nuestras posibilidades, especulando, mal construyendo, ocupando la costa, manejando dinero negro y demás, hoy nadie tendría derecho a quejarse. Incluso podemos ir un poco más allá. Visualicemos si no esta escena: Rajoy repanchigado en el sofá, con el jabugo y la copa de Rioja, y los esforzados de la ruta en la televisión meando sangre a 40 km por hora de media. ¿A qué nos recuerda? A mí al Presidente pidiéndonos asumir los sacrificios que exige la crisis, mientras él se aumenta el sueldo un 27% desde que esta empezó. O firmando un decreto que sube el IVA y las retenciones de IRPF que nos empobrece a todos los que vivimos en la cara A del disco, y con la misma mano firmando una amnistía ad hoc para los artistas de la cara B: defraudadores profesionales y delincuentes de cuello blanco, que ven así cumplida su filosofía de vida. El que se dopa, gana. Ya lo dice el Presidente, la culpa es de los que no lo hacemos.
Aunque, ahora que lo pienso, si lo que preocupaba al presidente es que haya una competencia justa, entonces podría haber dicho:
A ver, si nadie se dopa, al final el que gana es el mejor
¿Por qué no pensaría en esto el presidente? ¿En qué estaría pensando?
12.02.2013