Kabalcanty
El mal también bebe cerveza (30)
Mientras discutían Pilar Urquijo y José Susía, dentro del BMW propiedad de él, la calle Antonio López permanecía colapsada de tráfico a primeras horas de esa mañana de sábado y la pareja, con el fondo de la cadente actualidad política sonando por la radio del auto, estaba atrapada en el monumental atasco. Manifestantes a favor y en contra del gobierno, custodiados por un fuerte despliegue policial, atestaban la Glorieta de Cádiz impidiendo el tráfico en el nudo de comunicación entre la carretera de Andalucía y el núcleo urbano.
Desde que en el día anterior ingresara K. en el hospital tras su atropello, la situación política del país atravesaba un momento álgido y delicado. Unas declaraciones en exclusiva en la cadena de radio Cope del General Cándido Arteaga Ruiz, Jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra, apoyando a la oposición contundentemente, trajeron en consecuencia dos acontecimientos graves ocurridos pocas horas después. El primero se produjo en un acuartelamiento de artillería de la ciudad africana de Ceuta; el General en jefe de esa guarnición dio la orden de desplegar fuerzas militares por toda la ciudad con el fin de hacerse cargo del poder político de la autonomía. La segunda ocurrió en Madrid a última hora de la tarde anterior cuando, desde la localidad de El Goloso, varios carros de combate "Leopardo 3F" iniciaron su marcha hacia el Palacio de la Moncloa, sede del Presidente del Gobierno. La policía y la guardia civil actuaron de inmediato, después de una reunión exprés del gobierno en un pleno para crisis extraordinarias, y detuvo ambas acciones aunque en ninguno de los dos lugares se depuso la actitud rebelde.
Se vivían horas tensas en el país en las que las reuniones y las conversaciones telefónicas eran noticia cada media hora. Madrid era una ciudad tomada por la policía y la guardia civil, y manifestaciones espontáneas, reyertas entre diferentes partidarios y acciones de vandalismo se producían en todos los barrios de la ciudad.
- Y encima estos militares metiendo las narices en asuntos civiles -dijo José malhumorado, pulsando un botón a un lado del volante para desconectar la radio- ¿Cuándo aprenderemos los españoles?
Pilar miró su perfil bronceado con reprobación y se tensó el coletero en un tic.
- ¿Sabes quién me llamó ayer por la noche? -le preguntó él, observando el horizonte de coches.- Maldonado, nuestro ex ministro de cultura. Y ¿sabes para qué? Para aconsejarme que te convenza que dejes a la policía resolver tranquilamente el asunto de tu hija. Pili, mira yo......
- Y tú te has cagado porque ves peligrar tu culo en el ministerio ¿no? -contestó ella, girando violentamente su cabeza para enfrentarse de nuevo al cuidado perfil de él- Mira, Pepe, desde que supiste que K. estaba en el ajo no perdonas el pasado en común que tuvisteis. Le odias y, probablemente, él también. Pero me importa una mierda porque yo sólo quiero saber quién es el cabrón que mató a mi niña. Me importáis una mierda tú, K. y los militares, ¿comprendes?.
José Susía se volvió hacia ella y trato de abrazarla.
- ¡Déjame! -se retiró Pilar del ademán de él y se desabrochó el cinturón de seguridad del coche con pujanza- Este tema ha terminado con nuestra relación y creo que este es el momento ideal para finalizarlo. No te preocupes, iré yo sola caminando a ver a K., no me haces falta.
La sujetó por una de sus muñecas para acercarse a su rostro. Ella le desafiaba con sus ojos azules demasiado brillantes y amplios.
- Pero yo te quiero, Pili, te quiero como siempre o más, pero lo que no deseo es que te metas en líos innecesarios y menos de la mano de ese impresentable de Peletero. Vamos, compréndelo.
Ella se zafó de la mano de él.
La temprana luz rojiza del sol topaba con los techos de los automóviles haciendo una nebulosa que confundía la lejanía con un resplandor blanco que simulaba unirse con el cielo. Las aceras estaban desiertas y varios establecimientos comerciales permanecían cerrados a cal y canto. Algunos conductores conversaban afuera de sus vehículos abigarrándose sus voces con las de los locutores de radio. Desde los edificios de la calle había muchos vecinos asomados a las ventanas que, mayoritariamente, sonreían ante el espectáculo. Alguien, desde la acera de enfrente, gritó una proclama en contra del gobierno y a favor de las acciones militares que muchos aplaudieron desde las ventanas más cercanas. El viento manso, en oleadas, traía el clamor distante de la manifestación en la glorieta.
- Se terminó, Pepe. -dijo, asegurándose el bolso sobre su hombro- Todo esto nos ha servido para saber que, en el fondo, éramos un apaño y no una pareja cierta.
José se deshizo de su cinturón y le tomó la barbilla.
- Si he tenido miedo a perder mi trabajo, después de todo este puñetero tiempo que llevamos en huelga los funcionarios, es pensando en nuestro futuro, sólo en nuestro futuro común, cariño. Deseo la mejor vida para ti, que mereces, y un porvenir que nos permita envejecer juntos y queriéndonos. Sólo eso, Pilar.
Nunca la había llamado por su nombre completo y ella se lo agradeció con una especie de sonrisa. Luego, dejó escapar un suspiro largo.
- Siempre te importó mucho tu posición -acabó diciendo ella, abriendo la puerta del coche- Eres un reputado funcionario de la cultura en este país y eso te importa mucho. Me creo que quisieras compartir conmigo la estabilidad que te da tu puesto, pero entre yo y tu estatus elegirías tu estatus siempre. Lo dejo, Pepe. He visto la desnudez de nuestra relación en estos meses últimos y ya no puedo volver a la ceguera. Te deseo lo mejor.
Pilar no le dio opción: abrió la puerta y se plantó en la acera para recorrerla sin mirar atrás. Sus tacones resonaban por la acera de la calle Antonio López como un adiós ilimitado y vulgar que se iba enredando con los sonidos propios del acontecimiento. Hacía años que había dejado de fumar pero le apeteció un pitillo en aquellos momentos. Poco antes de llegar a la Glorieta de Cádiz, unos policías la desviaron por la calle Marcelo Usera. Respiró hondo y se soltó el coletero cuando enfiló la Avenida de Córdoba de camino al Hospital Doce de Octubre. Fuera del tumulto, era una mañana agradable de primavera, una nueva mañana. Pilar sonrió agitando su melena.