José Benito García Iglesias
Dom Ero, el santo de la Armenteira
Cuenta la leyenda que a quien se le atribuye la fundación del Monasterio de la Armenteira es al caballero Dom Ero de Armentáriz o de Armenteira. Este caballero había alcanzado una cierta notoriedad e influencia en la corte del rey Alfonso VII y aburrido del mundo y de sus enojosas intrigas, envidias y trapazas, quiso recogerse en un santo recinto para hacer oración y penitencia.
Encontrándose ya retirado en sus posesiones de la Armenteira, deseando tener descendencia, cosa que se le resistía, tuvo un día un sueño en el que se le aparecía la Virgen y le ordenaba fundar un monasterio en el cual tendría, si bien sería en el campo espiritual, esa descendencia que tanto ansiaba y que no le era dada.
Tras vestir el hábito de ermitaño durante algún tiempo, al fin se decidió Dom Ero a llevar a la práctica dicho mandato. Para ello determinó la vinculación del monasterio a la Orden del Císter que por aquellos tiempos gozaba de un extraordinario favor y prestigio.
Con tal fin entabló contacto con San Bernardo, a quien pidió que enviara monjes de Clairvaux para que implantaran en el cenobio los usos y costumbres del Císter. San Bernardo atendió gustosa y solícitamente esta petición, enviándole cuatro monjes para esa encomienda.
Llegaron a la Armenteira, donde Dom Ero se encontraba retirado en un suntuoso palacio, el cual en un principio fue utilizado como monasterio. Todo esto aconteció en el año del Señor de 1149.
Y dice la leyenda que Ero pensaba mucho en el Paraíso y le rogaba a la Virgen María que le permitiese verlo, para conocer la alegría de los salvados por ser justos y piadosos. Acostumbraba el buen Abad, para solazarse, a caminar por el bosque que había próximo al monasterio y así nos lo cuenta el rey Alfonso X “El Sabio” en una de sus famosas Cantigas de Santa María, la número ciento tres:
Dom Ero entró un día en una huerta a la cual iba muchas veces y en ella encontró una fuente de agua clara y murmurante que parecía ofrecerle un apacible reposo a la sombra de un frondoso árbol. Cerró los ojos el anciano Abad y, como de costumbre, rogó a Nuestra Señora.
Entonces en el árbol, bajo cuyas ramas frondosas descansaba Dom Ero, comenzó a cantar un pajarillo y su canto era de sonido tan agradable y armonioso que el anciano monje se olvidó del tiempo que pasaba y se quedó allí sentado sobre la blanda hierba, al pie de la fuente que susurraba, escuchando embelesado aquel canto y aquella armonía. Así pasó sin darse cuenta trescientos años, pareciéndole que no había estado sino muy poco tiempo.
De regreso hacia el monasterio el Abad tenía la impresión de que aquel no era el camino por el que había venido y al llegar al cenobio vio un monasterio más moderno y grande que el que había dejado, con un gran pórtico, y a unos monjes que le eran desconocidos. Aturdido y desconcertado se dirigió a uno de ellos y le expresó su confusión, ante sus explicaciones cayó en la cuenta de que aquel extraño era el viejo abad Ero que había desaparecido en el bosque trescientos años atrás. El Abad y los monjes exclamaron alabanzas a la Virgen, y Ero satisfecho por dicho milagro alabó esta gracia de la Virgen por haberle mostrado el Paraíso y cayó muerto a los pies de los monjes que habían acudido al conocer la noticia. Para recordar la leyenda se celebra la Romería de las Cabezas, en honor de Santa María.
Parece ser que siempre se trató de un monasterio modesto con una comunidad poco numerosa. Es a finales del siglo XV cuando empieza a manifestarse cierta decadencia y después de la desamortización de Mendizábal, con el abandono de los monjes en 1837, es cuando se inicia el desmoronamiento del mismo.
Solo la iglesia queda en pie del primitivo monasterio, esta destaca por su sencillez y austeridad. Se compone de tres naves muy simples, cubiertas con bóvedas ligeramente apuntadas y armónicas en sus líneas. El crucero está cubierto por una cúpula de influencia mudéjar, única en Galicia. Tiene en sí todos los rasgos de la simbología y la espiritualidad del Císter. Al fondo de la nave central un rosetón de calados geométricos florados permite penetrar los primeros rayos de sol del día, la llegada del Sol naciente: Cristo. La puerta de acceso es lo único que queda del primitivo claustro ya que el actual se comenzó en la segunda mitad del siglo XVI y se concluyó a finales del XVIII.
Es a partir del año 1961, cuando Carlos Valle-Inclán (hijo del escritor) llega aquí en busca del lugar que inspiró a su padre los “Aromas de Leyenda”, y comienza a concebir un sueño: reconstruir el monasterio. Con un grupo de amigos funda la asociación “Amigos de Armenteira” y poco a poco lleva acabo gran parte de la reconstrucción. Esto permite que un grupo de monjas procedentes del Monasterio de Alloz, en Navarra, se trasladen a la Armenteira y restauren nuevamente la vida cisterciense.