Kabalcanty
El mal también bebe cerveza (19)
Se escuchó un tumulto en el exterior del despacho, gente bajando unas escaleras y voces entremezcladas en el hall del centro docente. K. se acercó y abrió una rendija de la puerta con cuidado; uno de los hombros de los guardaespaldas le dividía la visión. Mujeres de la tercera edad en chándal, acaloradas, eufóricas, hablando a gritos, se embarullaban con los jóvenes abordados por K. en el vestíbulo de La Cátedra. Algunos de ellos todavía bajaban las escaleras. Vio cómo Gandeay hacía un corrillo aparte con la chica negra y los dos chavales agresivos del grupo. "Leo, la chica y su ligue, Robert", se dijo K., memorizando.
Cerró la puerta. Fue hasta la mesa y trató de abrir los cajones pero estaban cerrados con llave. Se acercó a las estanterías para escudriñar entre los libracos.
La puerta se abrió violentamente justo en el momento que K. tenía entre las manos uno de los volúmenes encuadernados de la revista municipal de cultura "La aurora futura". Detrás de Gandeay, y cerrando la puerta, penetraron sus gorilas.
- ¿Quién cojones eres tú, payo?
El gitano estaba furioso, se había quitado el sombrero y su frente bronceada refulgía como una lámpara encantada.
K. colocó el libro en su lugar y le esperó de espaldas.
- ¿A qué viene hurgar sobre Leticia Gómez? -Gandeay le dio la vuelta con brusquedad y le encaró con su aliento a coñac- La policía lleva todo el "bacalao" y ningún compai tiene que estar sorbiendo el seso a los chavos con sus preguntas.
Se había quitado las gafas de espejo y sus ojos, medio verdosos, estaban veteados por infinidad de hilillos sanguinolentos; la luz tenía que serle muy molesta.
- Soy amigo de la familia y la pista de la chica se pierde tras la salida de una clase de este mismo centro.
K. habló con parsimonia, deleitándose en el sonido de su propia voz.
- Se muera mi papa que no chanelas nada, señor........
- K., simplemente
- Señor K..... -hizo un inciso y le observó conteniendo su ira- Joder, ya te lo he dicho, payo, la policía lleva el "fregao" y no hay más que hablar.
Los dos fornidos gitanos, reventado sus trajes azul marino, controlaban la situación a un par de metros de su jefe, sin perder de vista los movimientos de K.
Gandeay se dejó caer a plomo sobre la silla del escritorio. Se aflojó el nudo de su colorida corbata y se atusó hacia atrás su cabello acaracolado.
- Han matado a una chica en la flor de la vida y quiero encontrarme cara a cara a esos hijos de puta.
K. sabía de antemano que aquella frase no era lo más inteligente que podía decir, sin embargo tenía la certeza de que Gandeay y sus gorilas formaban parte del entramado de asesinos y optó por tentar su violencia contenida.
- Pues dadle al señor.........K. la ración de balichón de pata negra de Trevélez que servimos en caló. Que no se jarte mucho que no quiero que le siente mal al payo.
Hizo una mueca como para sonreír pero se quedó en un gesto de asco que retorció su labio superior. Se limpiaba el sudor de la frente con un pañuelo de un blanco reluciente y respiraba profundo como tomando un aire necesario.
Los guardaespaldas cogieron a K. cada uno de un brazo y le llevaron en volandas hasta el exterior de La Cátedra. El bedel les vio pasar pero desvió los ojos para otro lado, sacudiéndose uno de los manchones de las solapas de su chaqueta.
En la parte trasera del centro docente para adultos todo discurrió bastante rápido. K. se estuvo preparando en el trayecto endureciendo sus músculos faciales y abdominales como si fuera el último round, pero fue inútil. El primer golpe lo recibió en el cogote, rodando el sombrero entre los yerbajos secos y los botes vacios de cerveza y refrescos. Luego dos sonoros tortazos que retemblaron sus dientes y muelas y zumbaron descomunales en sus oídos. Por último, la patada en la boca del estómago le hizo hincarse de rodillas y doblarse hasta que una bocanada agria le bañó el rostro entre la punzante rastrojera. Uno de los fornidos le empujó hacia adelante para que se empapara bien el vómito mientras le colocaba el sombrero detrás de la cabeza "Pa que no le tueste el chasis la solanera", dijo uno de ellos estallando ambos en una grotesca risotada.
K. debió de desvanecerse, pues cuando la garrota de un anciano, vestido totalmente de negro y con un sombrero ladeado y del mismo color, le tentó la espalda tuvo unos instantes de confusión hasta que el dolor se adueñó de él.
- Anda "vusotros", llevar al jambo hasti la avenia y parar un taxis que lo lleve a cura.
Dos gitanos jóvenes levantaron a K. del suelo. Él se lo agradeció asintiendo con la cabeza gacha, tratando de enderezarse entre crujidos internos que simulaban despiezarle.
- ¿Hasta cuándo, patriarca Antonio, con este enredal del clan de los manueles?
Preguntó un gitano maduro que estaba junto al anciano.
- ¡Qué poca lache la del Manuel y los suyos que enmierdan nuestra raza por una puñada de poder! Pero mientras la pestañí y el politiqueo estén de su parte, punto en boca y a meterse la chipí por el bu.
Ayudaron a K. a llegar a la Avenida de Abrantes y aunque fue costoso, pues por esa barriada los taxis evitaban el recorrido temerosos de asaltos y robos, encontraron uno. K. les dio las gracias a los jóvenes desde la ventanilla del vehículo. Luego, después de dar la dirección al taxista, reposó la cabeza en el asiento.
- ¿Le han asaltado, señor? -interrogó el conductor, visualizando a K. a través del espejo retrovisor.- Es que este barrio está lleno de mala gente, si lo sabré yo que........
Pero K. dejó de escucharle y se durmió cansado, viejo.