Roberto C. Agís Balboa
Guardianes del tiempo
En 1981 se grababa el primero de los 19 episodios de una serie mítica en España: “Verano Azul”, ambientada en Nerja, Motril y Almuñecar. Me acuerdo perfectamente de su música de inicio, la imagen de las bicicletas, los silbidos, o los temas “No nos moverán” o “El final del verano”. ¿Quién no se acuerda de Chanquete y su barco, así como de Bea, Javi, Pancho, Quique, Desi, Julia, y como no, de Tito y de Piraña? Es una memoria de nuestra niñez o adolescencia anclada a los veranoscálidos y placenteros de nuestras vidas. Sin lugar a dudas, marcó una época y una generación.
Sanxenxo, así como el resto de las Rías Baixas, no son la Costa del Sol, pero aquí no tenemos nada que envidiarles. Se dice que el turismo de playa comenzó en Silgar a finales del siglo XIX, y se cree que vino importado de Inglaterra. Aquí los veranos también sonazules y este verano más que nunca, un verano de record.
Hay fotografías (ver página de facebook: Sanxenxo Antigo), grabaciones e incluso películas (“El Hereje”, 1957, rodada en Portonovo) que muestran como era Sanxenxo en el pasado.
Años atrás, antes de la era digital, antes de Verano Azul o en los tiempos del blanco y negro, una foto o un video eran un bien muy preciado. Eran profesionales normalmente los que se encargaban de parar el tiempo a instantes, y concentrar en ellos la esencia y magia de aquel preciso momento. Esa imagen, esa foto, nos acompañaría a lo largo de nuestras vidas, en nuestra cartera, o posando desnudas en una pared o sobre una mesa con el transcurrir de los años. A veces, eran el último resquicio que nos quedaba de aquellos que emigraron y no volvieron, o por supuesto, la única imagen con vida de los que nos dejaron con su último suspiro. Esas fotos nos permitían viajar en el tiempo y eran muchas veces el objecto que más nos acercaba en la distancia a nuestros seres queridos. Dichas fotografías se salvaguardaban como oro en paño.
En muchos hogares estas fotografías se trataban como un cuadro de un ilustre pintor, expuestas en los lugares con más vistosidad, en los salones, incluso presidiendo nuestras camas y compitiendo por el espacio con crucifijos o la virgen, como si a objectos de veneración se tratase. El afecto a lo antiguo, las emociones evocadas al verlas, el saber que una vez perdidas nos costaría recordar el pasado, la curiosidad de nuestros padres y abuelos, sea lo que sea, esas imágenes incrustadas entre un marco y un cristal formaban y aún forman parte del tesoro de nuestras vidas.
En el siglo XXI la digitalización nos permite conservar las fotos más tiempo, hacer copias, compartirlas, modificarlas o incluso ser la causa de una denuncia o la prueba de un crímen. Sin embargo, el valor sentimental o el peso específico de las fotos de antes, de alguna manera, ha perdido valor. Opinión personal claro.
Ahora hacemos fotos a diario, las acumulamos a miles, ya es algo cotidiano, hasta cansino, pero ¿cuándo las ves, las disfrutas o las sientes? Antes de la digitalización y del internet teníamos quizás una o unas pocas fotos, pero su impronta perduraba en el tiempo y las veías casi a diario o de vez en cuando, llegando incluso a formar parte del presente, de nuestro día a día.
El mero hecho de ir a un fotógrafo era casi un ritual: siempre bien vestidos y peinados, con la ropa de los domingos como se suele decir. Uno solía desplazarse pues eran fotos de estudio, casi de película, fotos de familia personalizadas, como si fuera la última vez que te quitarían una foto en tu vida.
Las fotos y videos del pasado muchas veces están perdidos en los trasteros, destruidos por la humedad y el paso del tiempo, o por algún roedor inquieto. Otras veces solo se ven en la habitación de la abuela, perdidas en los cajones de las cómodas y mesillas, o donde no se vean tanto. Sus tiempos gloriosos de contemplación parece que pasaron a una mejor vida.
Aún así, no dejan de sorprendernos cuando de forma consciente o accidental nos las topamos y las vemosdesprendiendo ese olor característico a viejo y a tiempo. Aunque las tengamos digitalizadas para no perderlas, es como leer un libro en papel o en un ipad, la sensación es diferente. Esa es su misión, provocar emociones y ser guardianes de algunos de los instantes más maravillosos de nuestras vidas. Ya se suele decir, más vale una imagen que mil palabras.