Beatriz Suárez-Vence Castro
Parte del juego
Mi amiga María tiene una casita preciosa en Sta Cristina de Cobres (Vilaboa) y suele organizar reuniones muy interesantes. El jueves pasado, después de un baño de mar y una cena bajo la parra, escuchamos a Miguel. Miguel es un bombero pontevedrés que trabajó como voluntario en el campo de refugiados de Idomeni, situado entre la frontera de Grecia y Macedonia y que ha sido tristemente desmantelado.
En casa de María, Miguel contó con un público de edades muy variadas, entre los cuarenta y cinco y los seis años. Los niños habían estado jugando en una finca en la que tienen de todo y les tocaba ver una realidad muy diferente a la suya, aunque fuese desde la cercanía de un proyector casero. Vieron las mismas diapositivas que los adultos, después de haber disfrutado todos de postre helado.
Escucharon el testimonio de una chica de doce años que, como ellos, jugaba feliz e iba al colegio hasta que la guerra acabó con su mundo. Sin embargo, aunque ahora le falta una pierna y su escuela ha sido destruida, ella sigue jugando al fútbol con la pierna que le queda y sus muletas. No ha perdido la sonrisa.
Los niños que estaban con nosotros, después de ver dibujos y jugar con sus walkie-talkies, supieron qué sucede en una ciudad, muy parecida a las que ellos conocen, tras ser bombardeada. Como, las casas, quedan reducidas a escombros. Vieron las diapositivas y escucharon con interés las explicaciones que Miguel les daba, en las que había un poco de Geografía, de Historia y de Estadística. No se aburrieron y se portaron bien.
En un momento de la proyección, la chica siria, a la que le encanta leer, además de hacer deporte y estudiar porque quiere tener un futuro, contó que le gustaría tener a alguien que le explicara las cosas que lee en los libros y que no entiende bien, porque quiere entenderlo todo y se pregunta si es posible que haya alguien a quien no le guste estudiar. Con la luz apagada no pude ver las caras de los niños que nos acompañaban al oír semejante duda pero pregunté en voz alta si allí había alguien que no quisiese estudiar y, como se pueden imaginar, nadie contestó.
Me hace mucha gracia la frase de "a los niños hay que dejarles ser niños". ¿Significa eso que tienen que vivir en una burbuja, pensando que el mundo es solo suyo?
Dejarles ser niños significa que disfruten de su vida, que jueguen, que estudien, que ayuden a sus padres, que sean conscientes de que no todo es fácil ni bonito y que les ha tocado vivir en un lugar privilegiado. Si se sienten tristes viendo otras realidades, no pasa nada. Lo superarán. Al rato, volverán a estar incluso más contentos que antes, porque valorarán lo que tienen y quizá en alguno de ellos prenda la idea de querer ser un adulto que pueda arreglar un poco el desequilibrio en el que vivimos. Porque ellos también son parte interesada. Les hemos metido en esto y así tienen que vivir.
El mundo es muy grande y a los niños de hoy se les ha abierto una ventana enorme que alcanza todos sus rincones, de la que nosotros, la generación de sus padres, no disponíamos: Internet, las redes sociales, Google, youtube..y un largo etcétera de aplicaciones móviles que , bien utilizadas, pueden ser muy provechosas. Lo que supone un peligro es dejarles solos delante de ellas, sin filtros. Ellos saben mejor que nosotros cómo se utilizan pero no para qué deben usarlas.
Las imágenes que Miguel nos puso no eran la mitad de escabrosas que las del Telediario de Pedro Piqueras. Esto sí que yo no dejaría que lo vieran a la hora de la cena. Pero una realidad dura, distinta y bien contada es un regalo maravilloso para la formación de los niños como adultos responsables en un futuro que, aunque ahora puede parecer muy lejano, llegará antes de darnos cuenta, para ellos y para nosotros. Tendrán que tomar las decisiones que ahora tomamos los mayores y con las que, en mi humilde opinión, no nos estamos luciendo mucho.
Los niños de hoy serán mañana políticos, médicos, agricultores, periodistas, limpiadores, escritores o agricultores y, ya que la sociedad la hacemos entre todos, cuanto antes empiecen a formarse, mejor. Dejémosles jugar, claro, "que sean niños" pero démosles también herramientas para que, en esos juegos, imaginen un mundo mejor.
El poder de los niños está, precisamente, en la imaginación, la fantasía y la pureza. Todas ellas son, a mi entender, armas más potentes para arreglar problemas que las pistolas o las bombas.
Los niños son delicados, pero también tan fuertes como para perder una pierna y seguir jugando al fútbol, como para ver una casa en ruinas y pensar qué se puede hacer para ayudar a reconstruirla o como para bañarse una noche calurosísima de julio en el mar , gritando de alegría, y luego preguntar por qué los mayores permitimos las guerras.