José Benito García Iglesias
La enigmática muerte del mariscal Ney, el "más bravo entre los bravos"
En un artículo anterior habíamos hecho una reseña sobre la llegada del Mariscal Ney a Pontevedra en 1809, y que venía con ánimos de entregar la villa a la voracidad de las llamas, aunque desistió rápidamente al quedarse prendado de la belleza de la "Boa Vila"
Mencionamos también que al parecer, hay quien sostiene, que no murió fusilado el 7 de diciembre de 1815 en París, que su fusilamiento se trató de una pantomima.
El Mariscal Michael Ney fue considerado, entre sus tropas, como una leyenda viva y lo llamaban "el más bravo entre de los bravos". Tal era su fama y coraje que desde sus inicios formó parte del círculo íntimo del Emperador y recibió de manos del mismísimo Napoleón Bonaparte su bastón de Mariscal del ejército.
Considerado un soldado legendario, la Revolución le abrió, a este hombre de origen modesto, la carrera de oficial y su temeridad hizo el resto. Fue nombrado general en 1796 y mariscal en 1804. Siempre a la cabeza de sus tropas, logra encerrar a los austriacos en Ulm, precipita el enfrentamiento de Jena, bloquea a los rusos en Friedland y dirige la retaguardia que protege la retirada de Rusia. Pero, en 1814, ante la derrota, incita a Napoleón a abdicar, nombrado par de Francia por Luis XVIII, aunque descontento por la altivez de los nuevos dirigentes, promete, a comienzos de los Cien Días, traer a Napoleón a París "en una jaula de hierro". Sin embargo, arrastrado por sus tropas, se une al Emperador.
Después de que el ejército francés fuera derrotado en Waterloo por los ingleses al mando del Duque de Wellington, Napoleón fue desterrado a una remota isla del Atlántico y el Mariscal Ney fue sentenciado a morir frente a un pelotón de fusilamiento junto otros generales franceses.
Los mismos soldados que habían combatido bajo su mando durante la guerra llevaron a Ney al paredón la mañana del 7 de diciembre de 1815 en París. Fue puesto contra un muro, allí rehusó ponerse una venda sobre los ojos y se le concedió el derecho de dar él mismo la orden de disparar. Pero esta ejecución contuvo una serie de anomalías:
Ney fue fusilado en la Avenida de Observatorio y no en la barrera de Grenelle, lo que reducía el riesgo de incidentes así como el número de testigos. Se dejó al condenado las manos libres y fue él mismo quien dio la orden de abrir fuego; se golpeó el pecho y gritó: "¡Soldados, directo al corazón!". En lugar de caer doblado en dos, en medio de estertores, cayó de un golpe, sin un grito, y le ahorraron el tiro de gracia. No hubo, además, ningún médico que verificase su deceso.
De acuerdo con varios testimonios, el cuerpo fue retirado con una rapidez sospechosa y luego, dejaron el cadáver tendido en la cama de un hospital. Fue enterrado al día siguiente en el cementerio Père Lachaise de París y ningún familiar, incluida su esposa, asistió al funeral.
Tres años más tarde, en Florence, Carolina del Sur, ingresa un nuevo profesor de francés al Davidson College; era un hombre de mediana edad y que se hacía llamar Peter Stuart Ney. Fue un personaje, hasta cierto punto, misterioso, sólo se sabía de él que había llegado desde Francia en un buque que desembarcó en Charleston en 1818.
En alguna noche de bohemia, cuando el alcohol soltaba la lengua un poco más de lo debido, el profesor aseguraba que él era el famoso mariscal francés Michael Ney y contaba que un plan perfectamente organizado y con la aprobación de su antiguo enemigo el duque de Wellington, masón como él, le había salvado de la ejecución y tiempo después enviado clandestinamente a América. Además, comentaba hechos y detalles demasiado íntimos de la vida del mariscal, y era un experto conocedor de las tácticas militares europeas con las que maravillaba a sus compañeros en las reuniones sociales cuando se excedía de copas.
Como era de esperar nadie lo tomó en serio, hasta que unos años después y como consecuencia de unos desgraciados acontecimientos, es ingresado en un hospital y el médico que lo examina comprueba que las visibles cicatrices de su cuerpo, coincidían con las que el mariscal Ney había recibido en combate; incluso se contó con el testimonio de un soldado de sus tropas que coincidiera con él en el barco que los llevaba a América y lo había reconocido.
En 1827, una antigua amante del mariscal, llamada Ida Saint-Elme, publica sus Memorias, explicando que Wellington no podía dejar que un hermano masón con tan glorioso pasado tuviese una muerte tan indigna y aceptó que se llevase a cabo un escamoteo. Así, el pelotón de ejecución habría utilizado balas de fogueo y Ney habría usado una bolsa llena de sangre que restregó por su pecho. Tenía cómplices en el hospital y el ataúd enterrado en el cementerio no contenía más que piedras o el cadáver de otro hombre.
Peter Stuart Ney murió en 1846 y hasta el final sostuvo su extraña historia, ya en su lecho, antes de morir dijo: "Bessières está muerto; la Grande Armée está muerta; ahora, por favor, dejadme morir a mí también".
En su tumba un epitafio:
A la memoria de Peter Stuart Ney
Nativo de Francia y
soldado de la Revolución francesa de Napoleón Bonaparte
quien partió de esta vida 15 de noviembre 1846
77 años de edad
En París, en el cementerio Père Lachaise, los franceses, desde hace dos siglos, han rendido honores al gran Mariscal en su admirable mausoleo.