Paco Valero
Fraga, Fidel, Blanco y las pijas de Oleiros
El viernes por la noche asistí en el Sexto Edificio del Museo de Pontevedra al pase de Fraga y Fidel, sin embargo, un documental de Manuel Fernández-Valdés sobre la visita del líder cubano a Galicia en 1992. Eso fue de 20 a 22 horas. Luego me esperaba la cena anual de los periodistas de la ciudad. Era la primera vez que acudía y conocía a muy poca gente, pero pasé un buen rato, que se trocó en puro gozo durante el monólogo de Carlos Blanco. A veces me cuesta "ver" la retranca gallega, porque es una ironía tan sutil que parece dicha para no molestar, para perderse por las ramas de lo absurdo. Una forma de decir sin decir, propia seguramente de un pueblo acostumbrado a callar en defensa propia y de un país de brumas, donde nada puede ser muy preciso o concreto. Pero Blanco, la otra noche, me hizo ver que hay un humor gallego no menos retrancoso cuando procede, pero también descarado, suelto, incorrecto, puro veneno; libre en suma. Todos reímos con ganas, liberando así la tensión que esta profesión acumula por la crisis sin fin y las ataduras y premuras diarias. Ya dijo Freud que el humor es un triunfo del placer sobre la realidad; eso o algo parecido.
Entre otras muchas cosas, Carlos Blanco imitó el habla de unas "pijas de Oleiros", municipio coruñés próspero y revolucionario que mi imaginación asocia al barrio de Gràcia de Barcelona, donde impera un chic radikal. A mi cabeza vinieron las escenas del documental en las que aparece el alcalde de Oleiros junto a Fidel Castro durante un acto en el Concello. El viejo jerifalte cubano improvisa durante una hora y media uno de sus famosos monólogos, que llena de referencias al apóstol Santiago, el alma de España y la solidaridad inquebrantable entre hispanos; puro Fraga, vamos. ¿Iría con retranca aquello? Era una posibilidad, aunque entre sus incondicionales, que eran todos los que estaban allí, nadie reía: coreaban eslóganes revolucionarios y aplaudían enfervorizadamente, o incluso muy enfervorizadamente, como cuando Fidel acabó gritando "¡Patria o muerte!". Con lemas así, poco humor se puede hacer, claro... Sin embargo, Fidel había demostrado tenerlo en Sevilla, antes de salir para Santiago, cuando proclamó que ya no era marxista, sino "realista", porque quería ser primer ministro del Rey de España, lo que causó hilaridad entre los jefes de Estado latinoamericanos que compartían mantel y copas con él, por las apariencias, muchas copas... En ese acto no estuvo el alcalde de Oleiros, que recordaba sin embargo el discurso de Castro en el Concello como el de "un gran humanista". Así, sin ironía aparente. Tampoco encontré retranca alguna en lo que dijeron unas primas gallegas de Fidel, al que intentaron ver sin éxito cuando este visitó la casa natal de su padre en Láncara. Las ancianas estaban convencidas de que habían visto llegar a Castro "con la guardia mora a su lado". Lo repiten dos o tres veces. La memoria y la realidad hacen extrañas migas: Fraga y Fidel, sin embargo... Un documental aparentemente ingenuo, con hechura profesional y mirada de falso o real aficionado, me quedó la duda, lo que demuestra el talento del director. Y su retranca. El lado amable de una noche, la del del viernes, que Carlos Blanco hizo disparatada, marxista. Pero del Marx que dijo: "No es la política la que crea extraños compañeros de cama, sino el matrimonio".
30.01.2013