José Benito García Iglesias
Benito Soto, psicópata, asesino y… pirata (Parte III)
Después del incendio del Topaz, pensó Benito que con el rico botín reunido del asalto de sus dos presas, tenían bastante para vivir licenciosamente durante largo tiempo y gozar del fruto de sus rapiñas, convocó sobre cubierta a todos sus secuaces y les dijo que su idea era dirigirse a la ría de Pontevedra, en cuyo puerto, con la ayuda de un tío suyo, sería fácil hacer el desembarco del botín bajo el aspecto de contrabando. Fue aprobado y aplaudido el proyecto, así que ordenó al piloto que pusiese rumbo a las costas españolas. Benito agregó que aquello era sin perjuicio de saquear a los buques que encontrasen en el camino y aumentar su botín.
El bergantín dirigió su rumbo a las islas Azores, en cuya derrota se mantuvieron sin grandes novedades, salvo el peligro de naufragio por acercarse demasiado a las grandes piedras que forman el bajo de San Pablo y al conato de sedición que se produjo, a consecuencia de lo cual fue pasado por las armas Francisco Caraballo.
A los pocos días de este suceso avistaron un bergantín inglés, el Cessnock, en las cercanías de las islas de Cabo Verde, que venía cargado de ladrillos, tejas y pipas vacías, fue abordado con la misma violencia que los anteriores y por esta vez se contentaron con maltratar a golpes al capitán y tripulación, despojándole de las ropas, reloj y cantidad de víveres y otros efectos.
Hallándose a la altura de las islas Canarias y como a los 8 o 10 días del anterior encuentro, avistaron otro buque inglés, el brick-barca Sumburg, que se dirigía a la isla de Santo Tomás, al que por los mismos reprobados medios, robaron, entre otros efectos, relojes, ropas, dineros, víveres y cuatro medias pipas de vino.
Finalmente descubren y reconocen las islas Azores, que les sirvieron de abalizamiento en su larga derrota y desde el archipiélago dirigen el rumbo hacia las costas de la Península Ibérica. A lo largo de la navegación se cambió varias veces la pintura del barco para evitar que fuese reconocido después de los asaltos, en unas ocasiones se pintó de negro, en otras de encarnado y en otras de amarillo. Aunque alguna versión de los piratas dice que únicamente se le pintó una faja blanca, para desfigurar su imagen, que se quitó antes de llegar a Pontevedra, dejando el bergantín como cuando salió de Río de Janeiro que era pintado de negro.
A los pocos días, y siendo el 2 de abril, se presentó a su vista el Ermelinda, procedente de Río de Janeiro y que se dirigía a Oporto. Los piratas no quisieron dejar escapar esta nueva presa que suponían de importancia, pues la conocían al haberla visto fondeada en el puerto de Río de Janeiro. Se dirigen a ella a toda fuerza de vela, y al darle alcance enarbolaron la bandera francesa, que afirman con un disparo de cañón, sustituyendo instantes después este pabellón por el de Buenos Aires, el cual afianzó con otro cañonazo.
Desde este momento ya no les quedó duda a los indefensos tripulantes de la Ermelinda de la clase de buque y hombres con que se habían topado, se resignan a su triste suerte y se prestan a la más sumisa obediencia. Se trasladan en un bote el piloto y cuatro marineros al bergantín pirata, y son recibidos con los preliminares de costumbre, vejaciones, golpes, insultos y demás violentos preámbulos que aumentaron con mayores escarnios y malos tratos cuando comparecieron ante Soto, quien mandó encerrarlos en la bodega después de interrogarlos. Pasan al abordaje siete piratas y asaltan la fragata dando sablazos a diestro y siniestro, sin consideración de ningún tipo con los pobres tripulantes y pasajeros que fueron encerrados en la cámara y en el rancho de proa de la marinería, de donde los hicieron salir de uno en uno para inquirir de ellos el dinero, alhajas, y otros efectos de valor que pudiesen traer a bordo, después de lo cual fueron todos nuevamente encerrados.
Amontonan en cubierta lo despojado y lo trasladan al bergantín, causando al mismo tiempo daños y roturas de todo lo que no les era de utilidad, destruyendo agujas náuticas, cartas hidrográficas, pipas de aguada, jarcia, vergas y cuantos utensilios hallaron sobre cubierta. Transportados todos los efectos al bergantín, permiten regresar al piloto y a los marineros a la fragata, y si se contuvieron de cometer iguales excesos que en las anteriores ocasiones, fue porque al estar tan próximos a las costas españolas les era más conveniente que los tomasen por corsarios y no por piratas.
Pasados dos o tres días de este encuentro y navegando ya en dirección de la costa de Galicia les sobrevino un durísimo temporal del S. O. en el que rindieron el mastelero de velacho, perdiendo además la gavia y el botalón de foque. Más de esta pérdida hallaron ocasión de resarcirse fácilmente con el saqueo del bergantín inglés New Prospect, ya sobre las costas españolas, al que despojaron, después de los ultrajes y golpes acostumbrados, de todas sus velas principales, el mastelero de velacho, dos juanetes, la caja de carpintero, ropas y otros pertrechos. Este fue el último buque saqueado por los piratas del Defensor de Pedro.
Avistan por último tierra, y reconocida la costa y ría de Pontevedra, dan fondo en el sitio denominado Caballo de Bueu, siendo esto el día 10 de abril, llevando izada la bandera inglesa. Cuando se le aproxima un bote del resguardo a preguntar sobre el nombre, procedencia y cargamento del bergantín, Soto contesta en tono arrogante y zumbón, que se llama El Buen Jesús y las Ánimas, y venían del Norte de América con carga de habichuelas, frutos del país, pólvora y balas.
Entran en contacto con José Aboal, tío de Benito Soto, de profesión hombre de mar, siendo el encargado, junto con otros de los suyos, de intentar vender las mercancías. Se procede a descargar las de mayor valor en menor volumen, esto es alhajas de oro y plata, piedras preciosas y otros objetos de gran precio, para cuya entrega vino a bordo de noche el referido tío de Soto con otro individuo cuyo nombre se desconoce, para trasladar sus tesoros desde el barco a tierra y buscar un escondite seguro, para ello se embarcaron en un bote el propio Benito Soto y cuatro de sus hombres, cargaron dos baúles y algunos fardos, con algunos loros y pájaros de Brasil y África, y fueron llevados a casa de José Aboal. Grande debía ser su valor, pues varias personas de a bordo oyeron a Soto decir que con lo llevado a tierra había lo suficiente para que él y sus secuaces pasasen el resto de sus días con toda holgura.
(Continuará… ya estamos en el principio del fin).