Alexander Vórtice
La música como excusa vital
Nos dejó David Bowie por motivos puramente funerarios y nos quedamos huérfanos de talento y de magia. Más tarde nos abandonó Black a causa de un accidente de tráfico y "Wonderful Life" empezó a repicar en nuestro cerebro cual composición vintage que debiera ser advertida y mascullada los días de lluvia, viento y padecimiento pasajero.
En "El libro de las quimeras", Émile Michel Cioran nos aclara algo sobre este tema al decir que «el éxtasis musical implica una vuelta a la identidad, a lo originario, a las raíces primarias de la existencia. En él sólo queda el ritmo puro de la existencia, la corriente inmanente orgánica de la vida. Oigo la vida. De ahí arrancan todas las revelaciones».
La música como despertar y/o como vibración estética que hace que lo externo se adentre en nuestro interior hasta conseguir que dance, salte o simplemente se suavice tras un duro día de trabajo, después de una vida sin pausa. Sinfonía de notas en el aire incandescente, sacudidas melódicas que llegan a persuadir los minutos y las horas, notas musicales que se van grabando en nuestra psique a fuego lento, que triunfan, que hacen que visionemos una vez más lo que ya no está entre nosotros, un pasado que cobra importancia en este presente –tal vez- demasiado imperfecto a causa de la desafección.
Yo en mi próxima vida pido ser cantante o fabulador con voz recóndita. No cualquier persona puede oscilar ante el público y hacer que palpite, no cualquiera puede motivar lo inmatizable gracias a sus cuerdas vocales. En Pontevedra tenemos la suerte de ostentar personas así. Los Black Stones son uno de tantos ejemplos dignos de ser citados: unos señores (o rockeros) que tras décadas promulgando los sonidos biensonantes todavía conservan el ansia de continuar invitando al que le apetezca a pasar un buen rato gracias a los retumbos trasgresores y las cuerdas vocales que no se fatigan por mucho que las intenten mustiar el paso de los años y la pujanza de los engaños.
Otro caso de posesión poética y sonora que logra reflejarse en una frecuencia apacible y casi celeste es el de la joven Begoña Lorenzo, moza nacarada que al cantar subraya las fracturas multicolores del tiempo y del espacio. Usted debe saber que la mejor manera de escuchar a Begoña es a media luz y sin ningún tipo de prestezas puramente mundanas, ya que ella canta versos de Rosalía de Castro, y a Rosalía uno siempre debe intentar recitarla –y enaltecerla- con un guiño sorpresivo y una mudez reverencial.
Autor de la fotografía de Begoña Lorenzo: Juan Jose Sánchez
Melódica y de apariencia sigilosa… Begoña en ocasiones concluye liberarse de sí misma para así modular "Someone like you", emulando a Adele, haciendo que el público vea que tras ciertas miradas un tanto retraídas anida el elemental sentimiento de una persona que cautiva con su sutileza incluso a quien no entiende de ingenios.
Yo reivindico el sentimiento libertario de un rapsoda... Solicito, si el karma no me lo prohíbe, reverdecer en el organismo de uno de esos individuos que poseen sangre estrepitosa en las venas, en lo moral, en el recuerdo perdurable que siempre se ha resistido a pasar por la vida sin ser eternizado, es decir, cantado.