Bernardo Sartier
"La bestia debe morir"
Cuando un suceso trae la altisonancia mediática jamás escribo inmediatamente. Aguardo. Ninguna reacción en caliente es productiva, ni conduce a parte alguna salvo a la desmesura. Aguardo para aposentar pasiones, gemelas habituales de la sinrazón.
"Lo que hicieron es incalificable, pero me preocupa más tu reacción". Eso apostilló un profesor a una reacción mía ante una salvajada de Eta. Me hizo pensar. Años después defendí un parricidio. Aprendí mucho. Por eso esperé para escribir sobre lo de Moraña. Me arriesgaba, si no, a que la ira y la hipérbole convirtieran mi comentario en un alegato, y los alegatos, claro, están bien en estrados, nunca en una columna. Qué decir. Sumando obviedades pareceríamos cobayas enloquecidos acelerando la rueda hacia ninguna parte. Bastaría estructurar cuatro ideas maniqueas aderezadas con tres epítetos ofensivos, un par de insultos altisonantes y bordar una columna-cebo para lectores superficiales -lo siento- concitando así agrados sin cuento.
Nos sentiríamos columnistas inmensos cuando lo que en realidad estaríamos haciendo, guiados por un encomiable sentido de la solidaridad, sería subirnos al carro de la masa convertida en turbamulta, en chusma beligerante que propala soflamas corales incendiarias. Pero los columnistas no escribimos -o no debemos escribir- para el "me gusta", sino para satisfacer un deber moral íntimo, para que nuestros dedos sean, en el teclado, esclavos al dictado de nuestra conciencia. Puedo entender la indignación. Es parto fácil. Pero al columnista se le pide algo más. Bórrenme, entonces, de improperios, de deseos bárbaros maquillados por la pátina literaria. Bórrenme, sí, de exordios que se ubican en el comportamiento del propio Oubel. Y exclúyanme, también, del panfleto y del minuto de silencio oficial, grupal e inútil.
"La bestia debe morir" es una novela. Un padre, al que un cabrón ebrio atropella y mata a su hijo, no ceja hasta vengarse. Sentimiento podrido la venganza. A los que ahora tildan a Oubel de carnicero les reclamo sosiego. Y "ajenizar" lo ocurrido como cuando en el cine, en una peli de terror, recurrimos al antídoto de mirar al compañero de butaca para concluir que estamos autosugestionándonos en exceso. Que se vuelvan a sus casas -les digo- a los que convirtieron la exageración en su norte; que dejen que fiscalía y juez actúen; que abandonen la pintada ofensiva porque la hermana de Oubel pasaba por allí, quiero decir que no tiene culpa de nada. Ni ella ni su negocio. Y otrosí digo que quien invoca el linchamiento como pena proporcionada se sitúa en el comportamiento del propio Oubel, porque el ojo por ojo y el diente por diente nunca condujo a nada más que a fabricar tuertos y desdentados. Faltan dictámenes psiquiátricos, psicológicos, neurológicos, dictámenes que, posiblemente, concluirán en una sicopatológica de base. Porque, coincidirán conmigo, quien asesina a un semejante no es un ser humano normal. Si el hecho homicida tiene como sujetos a los hijos y el método es el que presuntamente fue, sobran las palabras. Contradice el elemental instinto de preservación de la especie. En síntesis: quien mata a sus hijos es un asesino o un enfermo. La condición de enfermo mental, que seguramente habrá que predicar del parricida una vez concluso el juicio es, incluso indiciariamente y desde mi punto de vista, reclamable ahora mismo. Intérnesele pues, de por vida, en una institución psiquiátrica. O aplíquesele, en su momento, la pena correspondiente. Pero por favor. Demostremos que no permanecemos encallados en el siglo XIX cuando, pertrechados del bocadillo, íbamos a la Plaza de la Cebada para ver funcionar el garrote vil.
Ah, y por cierto. Me dirijo ahora a muchos progres estéticos que salieron a manifestarse contra la prisión permanente revisable, a muchos que gustan de chapotear en la mierda de la demagogia y que en su momento la denostaron y la tildaron de pena política, de cadena perpetua encubierta, progres estéticos que sin embargo imploran ahora su aplicación inmediata, que incluso claman que les dejen a Oubel para hacer con el picadillo. Sí. Ya sé que son solo bravatas, pero bravatas que muestran un importante grado de incultura, cuando no de hipocresía indisimulada. Somos así. Un país de cínicos y de extremos. Por eso anhelo una reacción ponderada. Como respecto de Lubisch, el tarado del avión. Nadie importunó su entorno. Por eso adquieren especial valor las palabras de la alcaldesa apelando a la tranquilidad y el respeto a las familias, y también las de la madre por ejemplares: dejen hacer a la justicia. En ella, en la madre, es en quien debemos focalizarlo todo. Es la única que necesita una inmensidad de amor para rehacer su vida. El paso del tiempo no sana la muerte de unas hijas, lo sabemos quiénes somos padres. Más, y mejor, quien perdió un hijo. Pero ese paso del tiempo palía la pérdida si sus allegados dan el cariño que precisa a quien la sufrió. Y a los que nadie nos dio vela en el entierro, quizá nos vendría bien callar para, de ahora en adelante, dejar que hablen la ley de enjuiciamiento criminal o la siquiatría. A Oubel, por su parte, podría recordársele aquello del "puedo perdonarte el mal que has hecho, lo que no sé es si podrás perdonarte el que te has hecho a ti". ¡Ah! Y aplíquesele, por supuesto, la consecuencia jurídica del delito. Nada más. Pero tampoco nada menos.