Alfonso González
Políticamente incorrecto: el fin del mundo
Estoy deseando que pase el 21 de diciembre para que se acabe el mundo o el negocio de todos los listillos que han sacado beneficio de las supuestas predicciones de los Mayas. Y también, porqué no, para que todos los incautos dispuestos a creer en cualquier cosa despierten de una vez. Cada día estoy más convencido de que la Fe está muy sobrevalorada.
El supuesto fin del mundo ha sido un gran negocio, que ni los Mayas habrían adivinado. No sólo se han hecho películas, libros, programas de televisión y de radio, o rellenado miles de páginas de periódicos y revistas; sino que algunos se han puesto las botas vendiendo "merchandaise" para el evento (ya me lo explicarán, porque si el mundo termina de verdad no sé para qué sirven los recuerdos).
Pero incluso hay cerebros privilegiados que se las ingeniaron para vender Kits especiales de supervivencia (eso ya es para Premio Nobel); otros han ofertado plazas hosteleras en lugares estratégicos y enclaves turísticos. De hecho hay hoteles llenos, no para despedir el año, sino para despedir la vida, que ya tiene delito el asunto. No descarten incluso que algún incauto haya reservado unas lujosas vacaciones, pensando que no tendrá que pagarlas, convencido de que todo lo que vemos desaparecerá antes de que le pasen la factura. ¡Quisiera ver su cara cuando al día siguiente le entreguen la cuenta!
De todas formas, debo reconocer que estoy algo preocupado, y además molesto, por si de verdad el mundo se acaba el 21 de diciembre. Primero porque está a la vuelta de la esquina y no hay tiempo para irse a otro mundo vivo; después porque no tendré tiempo material de cumplir todos mis deseos ni de decirle cuatro cosas a más de uno; pero sobre todo me cabrea que el mundo se termine justo el día antes de que me convierta en millonario.
A ver, a quién se le ocurrió poner el sorteo de lotería de Navidad para el día después del fin del mundo. Ya no tendré ni la oportunidad de ser rico, y mucho menos de disfrutar de los millones de euros que este año estoy convencido de que iban a tocar. Adiós a los saltos de alegría y a las cámaras de televisión mientras me baño con champán, cava o lo que se tercie. ¡Adiós a mi minuto de gloria como afortunado del Gordo de Navidad!
El único consuelo que me queda es saber que si no hay sorteo esta vez el Gordo tampoco le tocará a otros; o que no tendré que comprobar con resignación que ni siquiera la pedrea se apiadó de mí, como siempre. Visto así, incluso es bueno que el Mundo termine el día antes de la Lotería.
Pero bien pensado, el fin del Mundo tendría otras ventajas. Por fin se acabaría la crisis y los que la provocaron; las eléctricas no seguirían subiendo la luz, ni las petroleras los combustibles; tampoco tendríamos que soportar más la ignominia de que te ofrezcan contratos por 500 ó 600 euros al mes; se terminarían las desigualdades que permiten que millones de personas en el mundo sean cada vez más pobres y unos cuantos cada vez más ricos. Pero sobre todo, qué gozada saber que se acabarían los grandes privilegios de los políticos, que se niegan a recortar a pesar de la crisis. Incluso la liga española dejaría de ser aburrida como dijo Simeone ya que se acabarían las continuas victorias del Barcelona y del Madrid.
La verdad es que mi verdadera esperanza es que todas estas cosas cambien, incluido el fútbol, sin que se acabe el mundo, porque los Mayas no predijeron el fin de los tiempos sino el fin de un ciclo y el comienzo de una nueva era; que esperemos no sea peor.
Por si acaso, mi nuevo mundo tiene fecha: el 22 de diciembre, porque no sólo la salud es importante.
18.12.2012