Alba Piñeiro
Transparencia
Transparencia es una palabra que tiene distinto sentido si se usa en un ámbito científico (en el que se alude a la capacidad que tiene un material de dejar pasar la luz) o si se utiliza en un entorno relativo a la política, donde se refleja un derecho del ciudadano: el de conocer las decisiones tomadas por sus representantes políticos y el impacto económico de estas. Los ciudadanos deben saber qué ocurre y cómo, pues las determinaciones tomadas por los que gobiernan proporcionarán un contexto con margen de maniobra para sus propias decisiones. Sin información disponible o sin acceso a ella será demasiado difícil situarse o reclamar con eficacia ciertos cambios.
La transparencia es, ante todo, una herramienta para luchar contra la corrupción. La apertura al público de ciertos datos permitirá estar al corriente de la buena o mala gestión, generando seguridad en las relaciones de las Administraciones Públicas con sus administrados y reduciendo las posibilidades de interpretación equívoca. La Ley de Transparencia recientemente entrada en vigor, regula cómo debemos solicitar la información de las Administraciones Públicas, cómo estas deben transmitírnosla y por supuesto, qué reglas de Buen Gobierno deben aceptar quienes ostenten un cargo público.
¿Todo eso es suficiente de cara al objetivo fundamental de la transparencia? ¿Reducirá esta nueva ley la opacidad imperante en cuanto a la información disponible relativa a las Administraciones Públicas y a los individuos que están al frente de ellas? ¿Se tratará de una mera moda (sin ánimo de frivolizar) que nadie recordará cumplir una vez se les haya votado de nuevo o simplemente, votado?
Las primeras impresiones no apuntan por el buen camino. Queremos saber qué se hace con lo que aportamos, no quién cobra más miles de euros que quién o cuantas propiedades tiene una persona concreta. El sueldo de alguien no nos importa, sus sobresueldos, si se diera el caso de que los tenga, sí y las puertas giratorias a las que llegue a tener acceso, también. De nada sirve la transparencia cuando las incompatibilidades no penalizan adecuadamente las conductas abusivas. Lo que determinará la transparencia es la cantidad de luz que dejen pasar y no la creación de una ilusión óptica en la que al final todos seguimos tan indefensos como siempre, ya que los que están arriba no están por la labor de limitarse a sí mismos sus privilegios de toda la vida.