Kabalcanty
Es lo que hay (y 2)
Poco después, estando de compras con mi mujer en unos grandes almacenes, tuve la desafortunada idea de, para entretenerme, mientras ella ojeaba las rebajas textiles, adentrarme en la sección de librería. Hacía tiempo que tenía en mente comprar un libro de poesía "Poemas de la luz y la palabra" de Rafael Morales, un autor que gozo de una gran simpatía por mi parte en mi época de juventud y que tenía ahora un tanto olvidado. Sabía que era uno de sus últimos libros, del año 2003, antes de su fallecimiento y que lo había editado Hiperión. No me fue difícil saber que no estaba en el establecimiento, pues los ejemplares de poesía apenas ocupaban espacio alrededor de una ingente amalgama de libros. No obstante, me acerqué al dependiente y le pregunté por susodicho ejemplar.
- ¿De poesía?
Se extrañó, mirándome de pies a cabeza de soslayo.
- Es que apenas nos dedicamos a la poesía, caballero. No vende, es un género menor que prácticamente ha quedado relegado a exigencias escolares o a caprichos de otros del gremio. Pueden encontrar antologías de los clásicos, pero lo contemporáneo queda, como le comento, entre cuatro amigos. Si me permite aconsejarle, tenemos unas entradas bastante interesantes que, en pocos días, han arrasado en ventas. Son autores consagrados, serios, que estoy seguro que llenaran la insatisfacción que le produce la ausencia de su producto.
- ¿No le parecen serios los autores menos conocidos o desconocidos?
Le pregunté, notando cómo me latía mi sien izquierda.
- No, por supuesto que no. Simplemente le aconsejo sobre la tendencia cultural del momento y la poesía que usted reclama no tiene cabida ahí. Es lo que hay, caballero.
La última vez que me lapidaron con la frase de marras fue hace unos días, diez o doce a lo sumo. Di un parte de aparcamiento al seguro y llevé el coche a un taller de chapa y pintura para que me arreglaran y repintaran un lateral. Después que le entregué el parte al encargado del taller y le expliqué lo que deseaba que me hicieran, le ofrecí un cigarrillo al mecánico con el fin de alzar una conveniente camaradería. De buen grado lo aceptó, alegando el lujo en que se había convertido abrasarnos los pulmones, lo cual compartí. Mientras fumábamos, comenzó a mirar mi coche y sacudió un par de veces su dedo índice antes de decirme:
- ¿Cuantos años tiene el "bólido"? Va "pa" viejo, eh.
Trece años, trece años había hecho en marzo.
- Y me pregunto yo: ¿no se da cuenta que un coche con esa edad le sale caro? Comienzan las averías serias, en la ITV todo son problemas, consume más combustible, es más incómodo... Mire, no es por nada, pero tenemos una exposición nuestra aquí al lado que por unos miles de euros se lleva usted un segunda mano casi a estrenar.
Argumenté, sin mucho énfasis, ya que las conversaciones de motor me parecen tediosas, que apenas utilizaba el coche, que lo movía en trayectos cortos, que no sabía en realidad por qué seguía teniendo coche, y por último y principal, que no tenía un duro.
- Nuestra financiación se ajusta a cualquier bolsillo, créame. Somos sabedores de que, en estos tiempos de crisis, el que más y el que menos anda "agobiao". Sabe usted del empaque social que le puede dar un buga tipo berlina con los asientos en semicuero y el salpicadero en vinilo con sofisticación a madera. Volverán la cabeza muchos cuando pase usted con él al volante, créame. Estos coches tan pequeños ya no son para su edad. Usted necesita que las cuatro ruedas sostengan una vida resuelta, madura, con el aplomo de su porte.
Medié, como pude, para asegurarle que mi vida madura no estaba ni mucho menos que resuelta.
- Bueno y eso que más da. Sepa usted que es más importante parecerlo que serlo; y se lo digo porque conozco cada caso en el barrio que... Un coche adecuado viste por dentro y por fuera a la persona adecuada.
Como me pareció una perogrullada, supongo que le puse gesto.
- Es lo que hay, amigo.
Odio esa frase que parece explicarlo todo y tan repleta de común conformismo. Sí, la detesto, sufridos lectores, sin embargo convivo con ella cada dos por tres.