Beatriz Suárez-Vence Castro
Tiernos leones
El humor nos salva de todo. Si no lo consigue, al menos hace que las cosas no duelan tanto. Es el paraguas que abrimos cuando llueve fuerte y que no se rompe nunca por muy gruesa que sea la lluvia. Ayuda a relativizar. Incluso el humor retrancudo, a veces un poco negro al que recurrimos los gallegos, pueblo sufrido donde los haya. A veces reímos hasta sin querer, pero reímos.
Los leones del Congreso de los diputados son dos figuras de bronce que se yerguen imponentes a ambos lados de la puerta de entrada, como protegiéndola. Se les considera un símbolo de Madrid y de la política de España. Y aunque en este caso no podemos decir que respondan a un nombre, sí que lo tienen: Daoíz y Velarde. Se llaman así en honor a Luis Daoíz y Torres y Pedro Velarde, militares que murieron defendiendo el cuartel madrileño de Monteleón durante el levantamiento del 2 de mayo de 1808.
Los dos leones las han pasado canutas. Su historia recuerda mucho a la de la política española de la que son guardianes. Bastante chapucera. Se hicieron por primera vez, en 1851, de yeso pintado imitando a bronce, porque no había dinero para más .Pero fue un año muy lluvioso aquel y lo malo que tiene el yeso es que no resiste las inclemencias del tiempo. El clamor popular, con que fueron recibidos en un principio se convirtió en vergüenza ajena (y un poco propia) ante la pinta que tenían Daoíz y Velarde al año siguiente. No eran nada imponentes. Daban mucha pena, los pobres.
Era necesario cambiar aquellas figuras tan tristes pero su autor se había subido a la parra y pedía mucho más dinero por esculpir una segunda pareja. Así que se encargó el trabajo a alguien que cobrase menos. Salieron tan baratitos que más parecían cachorros que unos leones hechos y derechos. Con los ojos redondos y caritas de miedo. Si los anteriores daban pena, estos hacían reír. Hubo que retirarlos de un lugar tan serio y llevarlos a otro donde se les viese menos: Los jardines de Monforte, en Valencia. Aún están allí donde van a visitarlos los niños.
Más tarde se pensó que a lo mejor, regalándole el material al primer escultor que era más carero pero más hábil con la herramienta, igual nos podíamos permitir una tercera pareja de leones de mejor porte que hiciesen olvidar a las extrañas criaturas anteriores. Como habíamos ganado unos cañones en la Guerra de África y teníamos bronce de sobra se los dieron a Ponzano, que así se llamaba el artista para que los fundiese y se apañase. Y así en 1865 dos hermosos leones de bronce fueron terminados, listos para ocupar el lugar que les correspondía. Pero como ya se sabe que en la selva y en el Congreso uno siempre encuentra enemigos, fueron rechazados de nuevo por un grupo de diputados, a los que nos les parecía bien que hubiesen sido esculpidos con material incautado en guerra y querían destruirlos. Semejante cuestión dio lugar a un debate que no se zanjó hasta que siete años después, en 1872 Daoíz y Velarde, que ya debían estar hasta los mismísimos fueron colocados donde ahora están.
Los volvieron a bajar en 1985 para restaurarlos.
Gozaron de unos añitos de tranquilidad hasta que en 2012 alguien se dió cuenta de que el pobre Daoíz no tenía testículos.
Se imaginarán que tal y como somos, con lo que nos gusta tocárselos al vecino y presumir de que aquí los tiene bien puestos hasta el toro de Osborne, la cosa no iba a quedar así. La tara de Daoíz fue motivo nada menos que de una campaña publicitaria en el Canal de Historia para pedir unos testículos que le diesen al león toda la dignidad que su compañero Velarde tenía y a él le faltaba.
La cosa llegó a la prensa y a las redes sociales y fue merecedora del premio del Festival Iberoamericano de Comunicación Publicitaria. Si no se lo creen, pueden consultarlo en la Wikipedia. A mí también me costó hacerme a la idea.
El caso es que la directora de tal canal, un poco obsesionada a mi modo de ver con el tema, se dirigió a la Comisión de Peticiones del Congreso ofreciéndose a colocar de manera gratuita como dice un periodista muy fino "el saco escrotal" al león afectado. La comisión parlamentaria puso el asunto en manos del Ministerio de la Presidencia y éste, que no debía saber muy bien qué hacer acabó mandándoselo al Departamento de Educación y Cultura que dirige Wert y el señor ministro ha decidido esta misma semana que Daoíz no puede tener testículos.
Parece ser que los leones representan en realidad a Hipómenes y Atalanta, héroe y heroína griegos que por caprichos de la mitología fueron convertidos en leones y que son más conocidos en Madrid por ser los que tiran del carro de la diosa Cibeles en la archifamosa fuente. El caso es que como parece ser que a Daoíz le ha tocado ser Atalanta, la heroína, pues es un león hembra. Aunque la melena que lleva lo haga todo más confuso si cabe.
No me digan que la cosa no suena a pitorreo nacional de esos que nos montamos de vez en cuando.
La cuestión ha acabado así: el león que no tiene lo que hay que tener, como la mayoría de los que están dentro de la casa que guarda, ha resultado ser una leona que son las que, como siempre, terminan tirando del carro.
Abran el paraguas, que llueve.