Alejandro M. Carmuega
Aquí va a haber más que palabras: A rayas
Antes de que la música comience a sonar, la aguja del tocadiscos crepita unos segundos en su concéntrico viaje por el surco que inaugura la cara B del vinilo. Cric crac. Todo ha de comenzar con el brillante riff de guitarra de George Harrison. Ding-dong-dang-dong Saludar al buen tiempo con las luminosas notas que palpitan en la introducción a Here comes the sun es una costumbre heredada. Como lo es el álbum ajado cuya custodia me confió el viejo. Abbey Road. Un himno al buen humor. Aunque apenas sale de su funda ahora, cuando se acerca el verano el espíritu de mi padre regresa y me anima a hacerlo girar de nuevo. Sebas, como siempre, está invitado al acontecimiento. Un último chasquido perfectamente familiar nos anuncia que el comienzo de la canción es inminente. Ding-dong-dang-dong. Dentro de la innumerable colección de combinaciones y arpegios que el acorde de Re Mayor nos ha regalado a los melómanos ninguna alcanza el nivel de exquisitez de la que acabamos de escuchar. Así que dejo que la melodía me envuelva con sus notas mientras observo por enésima vez la instantánea que adorna la portada del álbum. John, blanco inmaculado, las manos en los bolsillos y el gesto de quién ya sabe que su camino está en otra parte. George cerrando el grupo, adusto, severo, con desgana. Ringo, la elegancia extravagante del que no sabe de qué va la cosa. Paul, paso cambiado, es el único que camina descalzo sobre el asfalto. El paso de cebra los cuatro, en movimiento y a la vez estáticos, sobre el paso de cebra... Otra vez se me cruzan las jodidas rayas blancas sobre el pavimento. Little darling, it seems like years like years like years. El disco rayado y la cabeza que ya se me ha ido de este mundo.
No hará falta que explique por qué la posibilidad de que se trate de una deformación profesional se cae por su propio peso. Lo explico de todas maneras: hace falta tener curre para sufrir ese tipo de males. Se trataría más bien, quiero entender, de una cuestión genética; una pequeña tara familiar -y a ver quién es el guapo que tira la primera piedra- que arrastra a mis neuronas a esta tendencia natural al ensimismamiento. Quizás por algún lugar, en los enmarañados confines de mi ácido desoxirribonucleico, transite el desvariado gen que obliga a mi mirada a perderse sin remedio en los límites de un horizonte inalcanzable desde esta miserable ratonera. Evadido. Ensimismado. Perdido íntimamente en mis cosas. En asuntos que no merecerían para nadie ni medio pensamiento, ni la más mínima atención. Empeñado en darles otra vuelta; retorciéndolos con el demencial propósito de sacar de ellos lo que no hay. Deleitándome con el insípido jugo de lo absurdamente inútil. Sé que esa es la causa de que a veces me ponga un poco denso. Tal vez demasiado. Lo saben ustedes de sobra. Insisten en ello Lito, eres un coñazo y a veces usas palabras que no conoce ni dios pero no es culpa mía eso, ya ven. Es el gen. Y si han llegado hasta aquí supongo que se debe a que están dispuestos a perdonármelo. Aunque sólo sea un poquito. Aunque sólo sea porque ya me han cogido cariño, a fuerza de dejarse dar la tabarra con mis crudas pero insustanciales historias. Y con las de Sebas, claro. O porque los obligo de vez en cuando a visitar el diccionario Una sana costumbre que quizás debieran agradecerme. Ya ven, hasta a los pelmas se les puede llegar a tener aprecio. Y aún si así fuera que me considerasen un pelma- sabría agradecerles la atención prestada. Cada uno es como es y cada loco con su tema. Yo tengo tendencia al desvarío, lo reconozco, y también me lo perdono. El mundo está lleno de tarados autoindulgentes; uno más no habrá de importunarles demasiado.
Aviso: hoy el gen se me ha levantado con unos pelos de loca que asustan.
Es probable que exista un momento previo al nacimiento de una obsesión, un estado de gestación, en que la reiteración de sucesos solo responde a la casualidad. Quiero decir con esto que al principio, cuando aún estamos libres del síndrome, del TOC, las cosas se repiten de manera casual y no somos nosotros los que forzamos su recurrencia. No me refiero con esto a las cosas que tienen algún sentido en nuestra vida. Con ciertas situaciones simplemente sucede que están ahí siempre presentes, pero sólo nos percatamos de su presencia en el instante en que adquieren algún tipo de significado para nosotros. Supongo que no había más mujeres embarazadas que en ningún otro momento, pero mi hermana sólo empezó a verlas en cada esquina cuando esperaba a la pequeña Julia. Nunca antes habían significado nada para ella; nunca se había fijado; así que para ella no estaban. Y así me sucedió a mi cuando Sole y yo rompimos. De repente las parejas comenzaron a surgir a cada paso, besándose con una pasión que nunca había percibido en la calle. Como si sólo existiese la primavera para los demás. Como si me hubiese zambullido en un eterno otoño del que no fuese posible regresar. Así es la vida, las cosas pasan, suceden eternamente, se repiten una y otra vez ante nosotros pero no nos fijamos en ellas. Hasta que necesitamos una referencia sobre la que medir nuestros propios sentimientos.
Que nadie se me queje, ya avisé de que iba bastante denso hoy.
Pero no me refería yo a esos asuntos ya se lo había adelantado sino a esas otras situaciones, circunstancias que se repiten una y otra vez sin haber establecido una vinculación lógica con nuestra existencia. Sin que exista un nexo claro que nos una a ellas. Ningún significado especial. Ninguna conexión. Una recurrencia inapreciable al principio, pero que el leve y apenas tangible escalofrío producido por el déjà vou, permite descubrir un día que ya se han convertido en una constante en tu vida. Una monomanía. Una jodida repetición sin sentido. Como las puñeteras Campbell de Warhol. Clónicas hasta la saciedad. Sin significado alguno. Pura intrascendencia en bucle. ¿O no es así? ¿O quizás sí quieran significar algo? ¿O es que sólo se trata de descubrir cuál es el esotérico mensaje que se esconde tras ellas? Sole se detiene sobre el paso de cebra; Bachir se detiene sobre el paso de cebra; los Beatles se suspenden en una eterna instantánea sobre el paso de cebra. En movimiento, sí, pero eternamente detenidos. ¿Por qué esta puñetera casualidad? Raya blanca, raya negra. Sucesivas. Interminables. Y la gente detenida sobre ellas. A medio camino de ninguna parte. Son tres casualidades demasiado burdas como para no llamar mi atención. Sole separada de mí. Bachir separado de sus sirenas. Los Beatles separados ya de si mismos. Tiene que significar algo. Por fuerza.
Hace falta tener mucha confianza en alguien para confiarle los entresijos de nuestra taladradora mental. Pero Sebas, al contrario que yo, es simple. Excesivamente sencillo. Y no se vayan a confundir, no pretendo menospreciarlo con este comentario. Más bien al contrario, su visión siempre ha sido mi contrapunto perfecto; porque su sencillez es natural y genuina. Como la vida misma cuando quiere serlo. También la vida puede llegar a ser de una sencillez absolutamente desconcertante. La mayoría de las veces. La pulcra clarividencia de Sebas está muy lejos del alcance de mis embrollados procesos mentales. En esta ocasión no lo es menos.
- Lo único que significa esa paranoia es que estás rayado, Lito. Como siempre. Muy rayado.
La duda de si el juego de palabras es intencionado flota durante unos segundos sobre mi cabeza. Nunca dejará de sorprenderme este hombre. Celebro su ocurrencia invitándolo a fumar un cigarrillo en la ventana mientras Harrison se libera de su propia espiral. De entre la poca gente que circula por el barrio a estas horas nos fijamos en dos niñas que regresan del colegio. A un lado de la calle aguardan charloteando a que el semáforo les dé paso sobre el paso de cebra.
- Me juego un paquete de Chester a que se detienen
- Ni loco, amigo. Las apuestas las carga el diablo.
Autor da fotografía: Alfonso González (Maruxía)