Bernardo Sartier
Turito y los pingüinos
Se empalmaron con la Diada pero el domingo los devolvió a lo morcillón, o sea, al regusto acre del fiasco: cabían en un monovolumen las señeras del Majestic que vitoreaban a Turito. Si le quedase un ápice de dignidad reconocería el derroche de la convocatoria y se iría a casa, pero conociendo el paño se agarrará a la butifarra. Un pueblo cuyas cumbres novelísticas son Mariona Rebull y La Plaza del Diamante no puede aspirar a Estado, todo lo más a Distrito o Veguería, que son unas células administrativas tipo parroquia que te permiten salir a gastarte la paga y volver a casa a la hora que dijo papá. Aquí vivimos mucho tiempo acomplejados con el mito catalán del seny, que venía a suponer una Cataluña europea porque tenía cerca, o sea en los sesenta, en Perpignan, las películas de putas. Mientras, a la zaga iban los paletos maquetos poniéndoles ladrillos.
Hasta el Bloque creía en una suerte de solidaridad nacionalista en la que País Vasco, Cataluña y Galicia cohesionarían un Estado de Estados. Ocurrió que los catalanes empezaron a quejarse de las inversiones del Ave gallego y entonces el Bloque decidió pedir el divorcio en un matrimonio que ya era un vínculo corníjero. El Bloque aun no había caído en que a los catalanes se la suda todo porque a los catalanes, importar importar les importa la pela. Los gallegos existimos como mercado, igual que el resto de España, que es lo mismo que decir que excepto medinas en las que instalar sus mercadillos nos pueden ir dando. Esto de los planes soberanistas es como llevar goma dos en los huevos, un camino a la perdición: a Ibarreche le puso la chapela en las manos y lo dejó como un abuelete calvo que viene de tomarse unos chacolís en el batzoki de Hernani; se quedó, Ibarreche, en un personaje perdiguero y barojiano como los de la casa de Aizgorri. Quiere decirse que aquí el que se lo monta de soberanista se lleva unas hostias del copón, y es que en España, sea Cataluña o Albacete, todo dios sabe que hay cosas muy serias con las que no se puede jugar, cosas intocables sobre las que planea la razón de Estado, por ejemplo un Madrid-Barça. Turito minusvaloró ese derbi y entonces
Mas fue menos. Y así, entre el Oriol Junqueras, de Esquerra Republicana, que parece salido del Reflotón de la farmacia de Amaro, en Benito Corbal, de hacerse una colesterolemia; el Pere Navarro, que tiene cara de seminarista apocado y recién desvirgado; el Oriol Pujol, que viene de pedirle permiso a papá Jordi para dejarse una perilla que le disimule lo de las cuentas de Suiza, así -decía- la propiedad intelectual de Mas sobre su producto independentista pasa por una campaña de promoción, tipo semana fantástica, a los pingüinos del ártico, que seguro escapan aleteando: "mira, ahí viene el coñazo del Mas a endiñarnos su rollo soberanista. Pirémonos. Que nos independiza".
29.11.2012