Beatriz Suárez-Vence Castro
Frases como balas
Hay frases lapidarias, célebres, manidas y sin embargo oportunas. Frases que te atraviesan el corazón y te perforan el cerebro. Son a veces las de gramática más simple, las de pocas palabras. Según quién las diga, cómo y dónde adquieren un significado inmenso para bien o para mal. Te intrigan, te persiguen. Te inquietan.
"Tenemos que hablar". "Lo siento". "No puedo". "Ha dado positivo. "Fuera." "Lo digo por tu bien".
Vienen de personas que conocemos o de completos desconocidos, salen de sus bocas, como balas certeras.
Un emigrante mira a la cámara y dice en un español pobre como él mismo pero tan contundente que traspasa los micrófonos, igual que su mirada perfora la lente que lo apunta: "Marruecos no vale". Le ha salido espontáneamente, a bote pronto, desde las tripas. Y la repite, como una ráfaga: "No, Marruecos no vale".
Seguramente no haya ido mucho a la escuela y tampoco sabrá que significa la palabra discurso pero acaba de dar uno en tres palabras más convincente que cualquier perorata de Fidel Castro.
Su país para él "no vale". Igual que un niño le dice a otro jugando que ha hecho trampa y entonces el juego se para. También los que le escuchamos interrumpimos nuestras tareas e intentamos sostener su mirada porque no le ha hecho falta decir más para denunciar algo tan grave.
Un país que no vale para sus ciudadanos es un país que no sabe jugar, que hace trampa, que los estafa. Los oprime hasta el punto en que tienen que abandonarlo con lo puesto y cruzar una valla que los separa de otro país que ellos creen que vale más.
Todos los países deberían valer igual. En derechos, en protección, en garantías.
Cambiamos los objetos cuando no sirven. Los gobiernos de los países también deberían cambiarse cuando dejan de servir. Porque su labor es precisamente esa: Servir a su pueblo. Debe hacerse ese cambio siguiendo los procedimientos que la ley marca para ello, sin violencia. Pero hace falta voluntad verdadera de querer hacerlo y coraje. Mucho coraje.
Una persona sin formación consigue resumir el estado de su pueblo con tres palabras y, sin embargo, los altos mandatarios no encuentran la manera de arreglar lo que se ha roto. Quizá buscándola con más empeño la encontrarían.
Estas tres palabras deberían perseguirles de día y de noche sin tregua y alojarse en su cabeza como una bala perdida. "Marruecos no vale".
Marruecos tiene una constitución y dos cámaras legislativas, multipartidismo político con sufragio universal y más de cuatro partidos oficializados que representan las distintas ideologías. Tiene también un jefe de gobierno islamista moderado, Abdelilah Benkirane y un rey desde 1999, Mohamed VI. Es decir, tiene todos los componentes necesarios para una Monarquía Constitucional, por lo que debería valer. Pero también tiene una deuda muy grande, una tasa de alfabetización baja y un porcentaje de paro muy elevado. Todos ellos indicadores de pobreza. Su democracia, si tenemos en cuenta cómo vive el pueblo, es más formal que real.
Llegan a España cada vez más marroquíes de los que las mafias se aprovechan queriéndoles quitar lo poco que tienen. Para mí no es solamente importante la cuestión de si reciben o no de nosotros el amparo que necesitan si no también el hecho de que vienen de un país perfectamente estructurado para ampararles pero que no funciona de forma efectiva y no ofrece las garantías constitucionales que sí está capacitado para conceder.
Más allá de los debates sobre la monarquía como institución, si el régimen se convierte en una oligarquía que sume al pueblo en la miseria, los organismos internacionales deben actuar.
Marruecos está sujeto al Derecho Internacional y su Constitución tiene amplias garantías también en materia de Derechos Humanos. Y si estos derechos se conculcan tanto en el propio país como en el conflicto que mantiene sobre la soberanía del Sahara, deben protegerse. No puede permitirse que un poder que se instaura como democrático derive hacia el absolutismo.
No puede dejarse de escuchar la voz de alguien que grita que su país no vale.
Una frase simple disparada en el momento oportuno.