03 de maio 2023

Sorprendía su extrema juventud para aventurarse a hacer, solo acompañada por su hermano adolescente, una de las rutas más peligrosas para migrar. Por delante, se deben superar tres complejos países como Honduras, Guatemala y México hasta alcanzar la frontera con Estados Unidos. A lo largo de todo el recorrido no dejan de pasar cosas; y en una gran mayoría nada buenas. Los riesgos para ellas se multiplican por cuatro con respecto a ellos en un contexto en el que la violencia, la agresión o la desaparición de personas es una constante. En especial, para mujeres jóvenes.

Con apenas veinte años Jessica ya pisaba un centro de detención de inmigrantes. Al partir, desde la hondureña ciudad de San Pedro Sula, tenía muy claro que acabaría en ese inhóspito lugar como parada obligada hasta alcanzar la casa de su tía Brenda en el Estado de Texas. Iba mentalizada a pasar por el agrio trago de ser privada de libertad y a ser interrogada por autoridades y funcionarios con incisivas preguntas. Tantas que llegarían a hacerle dudar hasta de su propia identidad. Un ejemplo más del despojo de los derechos humanos que padece cualquier persona que toca una frontera.

Se encontraba dolida por haber sido separada de su hermano. Le rasgaba en los sentimientos. Aunque, no era ajena a que eso podía suceder. Y sucedió. Desde su llegada no sabía nada del pequeño. No obstante, cruzaba los dedos para que hubiese una llamada de la policía de frontera a su tía con la encomienda de que se hiciera cargo del menor y encontrase la debida protección. Aun así, la falta de noticias de Wilson se había convertido en su talón de Aquiles. Hasta tal punto que pensó en la idea de abortar sus planes y provocar una deportación a su país de procedencia. Si esa decisión le permitía volver a rencontrarse con su hermano no lo dudaría. Si bien esa realidad no dependía solo de ella; existían numerosas variables que estaban alejadas a su control.

Podían pasar varios meses hasta que lograse salir del centro y conseguir dar sus primeros pasos en un país como extranjera en situación irregular: intentar avanzar en un lugar que, por norma, discrimina o rechaza al inmigrante. Siguiendo así el mismo camino de muchas de sus compatriotas que viven y trabajan de sol a sol en Estados Unidos sin disponer de unas condiciones administrativas adecuadas. Careciendo de los más básicos derechos. Hurtadas de la necesaria dignidad humana.

Así, en estas lamentables circunstancias se encuentran incontables mujeres que ante el acoso de la pobreza y la violencia en sus lugares de origen deciden pagar el alto precio de resignarse a la invisibilidad en un lugar que no es el suyo. En un contexto al que no pertenecen y donde la integración es una bonita manifestación de la entelequia. Y a pesar de todo dan el trascendental paso de emigrar antes de continuar soportando lo insoportable en su propio país, en la comunidad que las vio nacer y crecer o en una tierra en la que se hunden sus raíces y tradiciones.

Una noche de viernes, con el país confinado en plena explosión de la pandemia, recibí un mensaje de ella. Estaba cargado de esperanza. Tras varios meses atrapada en un limbo legal en el centro de detención de inmigrantes de la frontera había logrado establecer contacto con el abogado de una ONG que facilitó que su situación y la de su hermano menor mejorase, agilizando una serie de trámites. Gracias a su labor habían sido liberados sin necesidad de llegar al extremo de ser deportados. Toda una victoria.

Me escribía desde el salón de la casa de su tía Brenda. Nos habíamos conocido, años atrás, en el marco de un proyecto de cooperación en el que radio comunitaria en Centroamérica era la médula espinal. Desde el principio nos sinceramos al confesar que compartíamos la misma o parecida pasión por el medio. En su caso, no pudo ser. En el mío, todavía resisto.

El tono de sus palabras, a pesar de la evidente distancia de miles de kilómetros, transmitían un poco alivio y otro tanto de ilusión por tener la posibilidad de construir una nueva vida ajena a severas amenazas para una joven mujer. Según el último informe del Observatorio de la Violencia de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, referido al año 2022 y el primer trimestre de 2023, en el territorio se ha registrado la abrumadora cifra de los 384 femicidios en un periodo de quince meses. De ellos, el 95 por ciento de esos crímenes todavía se encuentran impunes a ojos de la justicia. Mientras, el Banco Mundial concluye en un reciente análisis que Honduras sigue siendo uno de los países más pobres y desiguales de la región y el hemisferio occidental. Y, precisamente, de esta clase de realidades hostiles, tejidas a base del sufrimiento de las personas, huye Jessica.

En el intercambio de mensajes reconocía que para disponer de una segunda oportunidad el trayecto había sido muy sinuoso, arriesgado y, por momentos, muy comprometido para seguir con vida. Completar un recorrido a píe o en algún autobús de más de 2.500 kilómetros ha exigido de una extraordinaria valentía y fortaleza. Y todo ello con una edad de veinte años y sin apenas experiencia más allá de su comunidad o ciudad.

Al saber de su proeza no pude más que celebrar el éxito de quien que acaba de encontrar una rendija para escaparse de una claustrofóbica habitación en la que, desgraciadamente, se ha convertido su hermoso país centroamericano.

Ahora, lejos de casa, ha comenzado a escribir una nueva historia. Una de esas en las que no falta una envidiable capacidad de superación. ¡Parece que le va bien! Por segunda vez, ha sido madre de una preciosa niña; un motivo para estar radiante, feliz y llena de vida. Persiste en explorar nuevas posibilidades con las que avanzar sin mirar demasiado atrás. No disimula su deseo de montar una pequeña empresa de servicios con la finalidad de dar trabajo a otras mujeres que, como ella, sortean las vicisitudes de la inmigración.

Una espléndida muestra de solidaridad tras una profunda experiencia vital transformada en una auténtica receta de empatía y madurez con quienes vivirán durante varios años, sino décadas, como personas invisibles en una sociedad deshumanizada. ¡Que vaya bonito!