Al otro lado de la valla

02 de abril 2014
Actualizado: 18 de xuño 2024

Entre las imágenes mas dramáticas que he visto en los últimos días está una fotografía con cientos de africanos encaramadosa la ya famosa valla que cerca Melilla, mientras del otro lado les contemplan cientos de Guardias Civiles armados y periodistas dispuestos a contar una historia más de emigración ilegal.

No era una foto sangrienta, ni siquiera impactante en sí; tampoco especialmente artística ni llamativa; pero me pareció una foto aterradora. El terror no se ve a simple vista pero está en la imagen, en cada una de las personas, hombres, mujeres y niños, que están subidos a esa valla sabiendo que del otro lado les están esperando para impedírselo.

Saben que hace días algunos de sus compañeros de aventura murieron intentando llegar a su paraíso, llamado España. Pero les da lo mismo porque no tienen nada que perder, llevan semanas o meses vagando por Africa, escondidos en Marruecos,  huyendo de la miseria, las desigualdades sociales, los abusos de los Gobiernos y de un presente absolutamente negro que sólo les condena al sufrimiento. Están simplemente desesperados. Ahí está el terror de esa foto.

Cada uno tiene su historia, pero todas coinciden en la tragedia personal y humana, y en las ansias de salir del mundo de miseria donde les tocó nacer y que los países ricos europeos crearon para ellos.

Europa sigue mirando para otro lado intentando impedir con vallas y policía las oleadas de africanos en busca de su futuro. Otro gran error y sobre todo una pérdida de tiempo. La Historia nos enseña que no hay manera de frenar la desesperación humana. Desde los tiempos inmemoriales, todos los pueblos han emigrado pacifica o violentamente, según lo necesitasen; y en algún caso hasta hicieron caer Imperios incluso tan robustos como la actual Europa.

La solución no es levantar muros, porque todos terminan cayendo; la solución no es dar limosnas y ayudas a los pobres negritos africanos para que dejen vivir en paz a los pijos que estamos al otro lado de la valla. La solución es querer darle a África un futuro; un futuro que además les estamos enseñando cada día donde está, porque hasta en el poblado más miserable existe al menos una televisión que les muestra las riquezas y el "supermundo" que hay del otro lado de la valla. Cómo pretendemos entonces que esas personas, porque no olvidemos que son personas, sin ningún tipo de expectativas se queden quietas, resignadas a su suerte y a vivir en medio de la miseria. Eso no sucederá, y por eso seguirán llegando por tierra, cruzando desiertos, o por mar, en pateras abarrotadas hasta los topes, por muchas vallas que le pongamos en el camino.

No se puede mirar hacia otro lado. Y no se puede caer en la reflexión fácil para tranquilizar nuestra conciencia de que sólo son emigrantes ilegales que vienen a quitarnos el poco trabajo que por aquí tenemos. Curiosamente, vemos a los pobres negritos africanos como enemigos, pero no vemos de la misma manera a los rusos y europeos del Este que se están asentando libremente en nuestro país y extendiendo sus mafias por el Mediterráneo. Ah claro, es que estos suelen llevar corbata y por encima están forrados. Y si vienen a comprar pisos hasta les damos la nacionalidad sin problemas y les invitamos a un vino.

Mal haremos en interpretar los asaltos a las vallas de Ceuta y Melilla como un problema de emigración ilegal. Es simplemente supervivencia y lamentablemente no es nuevo.

Hace años que conozco a un emigrante ilegal, al que llamaré Pepe. Hoy ronda los 80 años; pero con apenas 16 o 17 emprendió el durísimo camino de la emigración. No fue por gusto; pero no le quedaba otra. En su aldea solo había miseria y en su casa, sus padres lo tenían muy complicado para alimentar a los cinco hermanos. Sin expectativas de futuro, Pepe decidió ponerse en marcha hacia un mundo rico del que había oído hablar a los mayores. Subió primero a un viejo barco, rumbo a lo desconocido, y al llegar a puerto tuvo que contactar con las mafias locales para que lo introdujesen ilegalmente en el país. Pasó la frontera escondido en camiones, oculto entre troncos de madera. Y así, como emigrante ilegal llegó a su destino, un mundo de riquezas que no podía imaginar: cuartos de baño, agua caliente en las casas; grandes edificios, medios de transporte⿦ Nada que ver con la miseria que había dejado atrás.

Pasaron los años, y Pepe se fue integrando perfectamente. Encontró varios trabajos, de esos que nadie quería. Se casó, tuvo hijos y hasta se convirtió en un pequeño empresario. La vida le sonrió. Y por eso hoy, si tuviese que hacerlo, volvería a hacer lo mismo para huir de la miseria en la que había nacido.

Ah, me olvidé de decir que Pepe se llama realmente Pepe, no es un negrito africano. Es blanco, gallego y para mas señas es mi tío. Hoy está de regreso y jubilado, pero en su día se tuvo que ir como muchos otros huyendo del hambre de esta tierra a buscarse la vida al Uruguay. Y como muchos gallegos, también fue un emigrante ilegal que tuvo que ingeniárselas para sobrevivir.

Así que no olvidemos que esos negritos desesperados que intentan saltar la valla de Melilla se parecen más de lo que pensamos. Como mucho, sólo nos diferencia el color.