Acostumbrarse a la nostalgia

13 de decembro 2024

Fueron necesarias un par de horas para que saltase el chispazo y se produjese una conexión especial tras una entrevista en la radio. Él llegó con la humildad y la discreción que le caracterizaba, haciendo uso de un tono de voz de sosegado y reflexivo que solo elevó cuando hablamos de la situación de las mujeres que trabajan como maquilas del textil en la ciudad norteña de Tánger, en Marruecos. Esa realidad, basada en una inaceptable explotación social y laboral, conseguía transformar su mirada, su semblante, sus expresiones.

Después de un intercambio de mensajes electrónicos, marcados por la confianza mutua, pese a conocernos poco y habitar en culturas distintas, decidimos programar una serie de entrevistas y encuentros con personas afectadas por las desigualdades en su país. A mi llegada, esperó más de seis horas en el viejo aeropuerto de Tánger. Nos abrazamos a las tres de la madrugada, después de un estricto control fronterizo, en lugar de hacerlo a las nueve de la noche del 7 de julio de 2007.

Aboubakr Elkamlichi era un ser humano con una empatía ejemplar, extraordinaria, inapelable. Fervor creyente de los derechos humanos se convirtió en un misionero de la solidaridad en buena parte del Magreb. En su agenda nunca había nada escrito porque, por lo general, no tenía tiempo para ocuparse de esas hojas en blanco. Todos sus planes, acciones, proyectos navegaban en una cabeza privilegiada; siempre, dos pasos por delante del resto.

Pese a una vida llena de cicatrices en la piel y en el alma por su larga estancia en la cárcel, como preso político de la monarquía alauí durante las décadas de los 80 y 90, nunca renunció a unos ideales que mantuvo intactos hasta el final de sus días: el bien común, la repartición de la riqueza o la igualdad eran innegociables. En su código genético, sus células estaban marcadas por el activismo y por una política versada en recortar los efectos de la pobreza en las personas vulnerables, dentro y fuera de su hermoso país como buen internacionalista.

El paso del tiempo no fue ajeno a su estado de salud que comenzó a deteriorarse hasta limitar su actividad a mínimos. Aun así, no solía faltar a las reuniones y asambleas de los colectivos sociales en los que participaba o asistía a manifestaciones donde se exigía el cumplimiento de los derechos humanos para el pueblo palestino o la autodeterminación del pueblo saharuí. Estas fueron sus últimas apariciones en público. De las últimas veces que se le pudo ver encabezando una protesta, convencido de que algún día las cosas cambiarían. Así era él. Exprimió la vida, hasta el último suspiro, para reivindicar los derechos humanos con una visión integra, excepcional, irrepetible. Muy generosa, como sus continuas visitas a los campamentos de personas inmigrantes en los que solía aparecer con comida y pañales para bebés mientras esperaban su oportunidad para continuar con la ruta, rumbo a la frontera de España y Europa.

De inolvidable sonrisa y unos ojos que dibujaban una sincera mirada, una mañana de septiembre su corazón se detuvo para siempre, agotado de latir y bombear en innumerables luchas contra las injusticias sistémicas de una monarquía como la marroquí o contra el propio capitalismo al que le había plantado cara, sin temores ni complejos.

Se dice que la ausencia es un fenómeno natural de la vida que suele colisionar con los sentimientos más profundos. Así es. Y que la única fórmula de superarla es seguir viviendo, tratando de llenar los vacíos que dejan quienes ya no están y habituándose a mirar una foto con tristeza o encontrar un contacto en la agenda del móvil que ya nunca más se utilizará. Es decir, acostumbrarse a la presencia, que no ausencia, de la nostalgia. ¡Qué difícil todo!