350

31 de outubro 2023
Actualizado: 18 de xuño 2024

Un simple número de tres cifras como 350 solapa ya sus nombres, sus apellidos, sus espinosas experiencias y su travesía por una ruta marítima endiablada que se traga cada día a seres humanos con las mismas ambiciones y deseos que quienes observamos con el velo de la indiferencia un fenómeno que, queramos o no, seguirá existiendo. Y nos superará

Llegarán bajo el tupido manto de invisibilidad habitual. Lo harán a un lugar de acogida en el que tendrán los días y las horas contadas. Por desgracia, así es la errante existencia de una persona inmigrante; así son las cosas para quien decide arriesgarlo todo a una carta con el único objetivo de encontrar un contexto donde las oportunidades puedan abrir una puerta o una simple rendija a un nuevo proyecto de vida personal, o en muchos casos familiar, envueltos de una mínima dignidad.

Un simple número de tres cifras como 350 solapa ya sus nombres, sus apellidos, sus espinosas experiencias y su travesía por una ruta marítima endiablada que se traga cada día a seres humanos con las mismas ambiciones y deseos que quienes observamos con el velo de la indiferencia un fenómeno que, queramos o no, seguirá existiendo. Y nos superará.

La historia de la humanidad insiste en recordarnos que las migraciones no son algo nuevo, una realidad que emerge en nuestro tiempo. Todo lo contrario: han existido siempre. Desde la era más primitiva, como nómadas, tuvimos presente la opción de desplazarnos, de movernos, de buscar espacios y lugares donde mejorar las alternativas de vida. Sin embargo, estamos empeñados en obviar o no considerar este relevante hecho que, si buscamos, seguro lo encontraremos escondido en algún cromosoma del genoma humano. Para ello, criminalizamos al migrante: le acusamos de una gran mayoría de delitos, que recitamos de nuestro código penal, sin concederle la más mínima posibilidad. Y también les atribuimos el rol de ser vectores de enfermedades más peligrosas que la ansiedad, el estrés o la depresión.

La decisión del gobierno de España de aplicar una política de distribución de grupos de personas a distintos puntos del país, con la finalidad de aliviar a las Islas Canarias de una compleja crisis humanitaria, ya registra unas lamentables consecuencias políticas - con mensajes irresponsables y poco edificantes en un Estado democrático soportado en los pilares de la universalidad - y unas indeseadas reacciones sociales que transitan desde una supuesta solidaridad inicial hasta el rechazo más absoluto y hostil.

Todos sabemos, somos conocedores, que desde el mismo instante en el que los 350 pongan los pies en municipios de acogida como Sanxenxo, el reloj iniciará su particular cuenta atrás. Y, a partir de ese momento, sus condiciones y su paradero futuro volverá a ser una incógnita, la misma que acompaño sus vidas a bordo de una patera en medio del mar.

Se avecinan unas semanas repletas de mentiras y falsas teorías sobre las amenazas que entrañan las personas migrantes que proceden de diversos países de África, sumidos en la pobreza, en la violencia y en unas desigualdades insoportables; solo hay que ir allí unos días para comprobarlo en persona, tan sencillo como eso. Además, viajar enriquece si hay disposición a beber de las valiosas fuentes que atesoran otras culturas.

Serán días de deshumanización al que viste una piel y una nacionalidad diferente por no haber nacido en uno de los pocos rincones privilegiados del planeta. Estaremos al nivel habitual que caracteriza a una sociedad racista que se niega a reconocer su problema para explorar una posible solución. Más de lo mismo.