Escribimos mucho sobre grandes catástrofes, sobre grandes robos, sobre pandemias. A veces, también escribimos sobre lo bueno, pero siempre que vaya acompañado de un gesto elocuente, de un beneficio a gran escala.
Damos poca importancia a aquello que juzgamos pequeño, de menor repercusión.
Sin embargo, son los pequeños gestos de buena voluntad o las pequeñas miserias, las que afectan de forma más directa a nuestra vida.
La rutina, esa que tanto odiamos, es la que nos sostiene en tiempos difíciles y nos ayuda a afrontar el día. Bajar la basura durante las restricciones COVID pasó de ser una tarea odiosa de la que todos procurábamos librarnos a ser casi el único momento de libertad.
Cuando desaparece un objeto muy valioso, su desaparición ocupa portadas, sin embargo, nos afecta más que roben algo que para nosotros tiene un gran valor sentimental, aunque no signifique nada para los demás. Por eso valoramos tanto que alguien a quién no afecta directamente su pérdida, nos ayude a buscarlo.
Cuando un animal desaparece, perdido o robado, se queda en un limbo de importancia porque no es un objeto (aunque hasta hace poco en nuestro país tenía el mismo grado de protección jurídica) pero tampoco es una persona.
Cuando se trata de una mascota, al menos la familia, los amigos y los buenos vecinos, nos ayudan a buscarlos. Cuando el animal no es de nadie o, mejor dicho, de todos porque habita un lugar público, muy poca gente se preocupa.
Recuerdo los cisnes negros de A Illa das Esculturas, que desaparecieron sin más.
De los blancos, apenas quedan unos cuantos ejemplares.
A algunos, los mataron a pedradas; a otros, se los llevaron quien sabe si a algún terreno particular como elemento decorativo, porque a lo más que han llegado en consideración en la mente de muchos es a la de mero adorno. Si alguno consiguió zafarse del abuso de la especie humana, habrán buscado, asustados y protectores, otros lugares más seguros donde criar a sus polluelos.
Cuando el cisne, símbolo de elegancia y de belleza, protagonista de algunas de las óperas y cuentos más bonitos del folclore de muchos países es objeto de robo, aquí en España, se le sustituye y punto. No se pone gran interés en buscar a quien lo ha robado o a quien lo haya maltratado.
El Lago de Castiñeiras es uno de mis lugares favoritos para pasear cuando el calor aprieta demasiado y la playa no es refugio.
Solía ir con mis padres cuando era muy pequeña y ahora he vuelto a hacerlo con Carlos, mi pareja. Nos acompañan en estos paseos Pipa y Chapito, nuestros perros.
Ese momento se ha convertido en una de las rutinas que nos sostienen y nos alegran el dia, una vez acabadas nuestras respectivas obligaciones.
Solemos pararnos a ver a las cabritas enanas que viven en uno de los terrenos vallados.
Nos gusta que, cuando nos acercamos a ellas, vengan trotando a olernos y tomar de nuestra mano, confiadas, la hierba que les ofrecemos para agradecerles el saludo.
De las nueve cabritillas que había, solamente quedan tres.
La Comunidad de Montes de San Xulián y la Fundación Juan XXIII, entidades encargadas de su cuidado, denunciaron el robo que tuvo lugar el pasado mes de agosto, de noche.
Alguien hizo un agujero en la valla y se las llevó.
La sustracción de los animales, supone un trastorno grande para ambas asociaciones porque durante el verano, organizaban visitas para que grupos de niños pudiesen ver a las cabritas, como una alternativa sana y formativa de ocio, y porque los pequeños animales, mantenían limpia la zona. Los comuneros no se arriesgan a llevar más cabritas por miedo a que el robo se repita.
En un país como el nuestro, en que se abandonan setecientos perros al día, esos mismos animales que vemos estos días en televisión rescatando personas bajo los escombros del terremoto marroquí; en donde ver cómo un toro se desangra es una fiesta y no una cualquiera sino la Fiesta Nacional, no me da la impresión de que encontrar a los ladrones de unas cabritas vaya a ser prioritario. Quizá hubiese sido una buena baza en campaña electoral. Ya ni eso.
Hasta hace poco a las cabras, en nuestros pueblos, se las tiraba de los campanarios. Ahora solo las roban de espacios públicos. Se ve, claramente, que vamos por el buen camino.