Todo hemos oído o leído en alguna ocasión que, con nuestro último suspiro, vemos pasar toda nuestra vida en veloces ráfagas. Díganme que sí, que lo han oído. Es que si no tengo que arrancar de otra manera. Vale. También está lo de la luz al final del túnel, pero no seamos ambiciosos. Vayamos con las imágenes encadenadas y a toda velocidad. Un reciente estudio (con esta frase, genial, se ha justificado de todo en esta vida y seguro que en parte de la otra) tras la muerte de un paciente epiléptico que tenía 250 electrodos midiendo su actividad cerebral antes de sobrevenirle un infarto. El equipo de nerurocientíficos que estudiaba a este paciente pudo medir 900 segundos de actividad cerebral en torno al momento del óbito, invenstigando los 30 anteriores y posteriores a ese instante.
Resulta resulta que las oscilaciones fueron muy similares a cuando soñamos, recordamos algo o meditamos. Es decir, proyecciones de imágenes de nuestra mente a un ritmo más o menos frenético.
Esto parece dar credibilidad a la tesis de esa última visión de nuestra vida, comprimida en escenas.
Servidor se declara escéptico. Radicalmente escéptico. Para empezar, a mí me vienen escenas de mi vida pasada casi continuamente. Por ejemplo, cuando hago el ridículo. Es ser consciente de la metedura de pata, e inmediatamente pasan por mi cabeza otras meteduras de pata antológicas que he ido acumulando durante mi existencia. Como si no bastase la vergüenza del momento presente, que hay que añadirle la reedición de verguenzas pasadas. La sensación es tal que tengo que hacer verdaderos esfuerzos por apartar esas imágenes de mi mente para regresar, casi aliviado, a la ignominia del momento actual. Sin embargo, en las contadas ocasiones en que me visita el acierto, el éxito o la fortuna, no consigo traer a la memoria (seguramente por escasas) otras situaciones semejantes.
Lo cierto es que son cuantiosas los conceptos que pasan de mano en mano y que, aunque sobados, manejamos con soltura sin pararnos a pensar si están sostenidos por la verdad o son un mero invento.
Comencemos por un clásico, una frase inmortal, un enunciado que todos hemos soltado en la ocasión propicia. Se trata de aquello que solía decir Sherlock Holmes: "Elemental, querido Watson". Pues bien (o mal, mejor dicho), en ninguno de sus 56 cuentos y 4 novelas puso sir Arthur Conan Doyle esas palabras en boca de su famoso detective. La famosísima frase fue dicha por primera vez por el personaje Psmith, en la novela de 1915 "Psmith periodista", del autor británico P.G. Wodehouse, contemporáneo y admirador de sir Arthur.
Pasemos ahora a un dicho mucho menos conocido, al menos en nuestro país, pero que es muy célebre en Estados Unidos: "Una mujer sin un hombre es como un pez sin una bicicleta". Gloria Steinem fue un icono del feminismo en aquel país y esta una de sus más conocidas frases. Lástima que nunca la pronunciara. Parece ser que la cita procede de un viejo proverbio recogido en una canción de 1909 que en realidad dice "un hombre sin una mujer es como un pez sin cola". Justo lo contrario. Dicen los que saben del asunto que la autora real de la cita es la escritora australiana Irina Dunn,que en 1970, siendo una joven estudiante, escribió la frase tal como se conoce ahora en unos baños públicos de Sidney. La propia Steinem aseveró que fue Dunn quien se inventó la cita que ahora se le atribuye a ella. Una pared no es mal sitio para dejar escrito algo ingenioso que legar a la posteridad. Ya lo decía Paul Simon en "The sounds of silence": "las palabras de los profetas están escritas en las paredes del metro".