Por fin se abrió, ahora ya como verdadero museo con su colección permanente, el conocido oficialmente como Sexto Edificio del Museo Provincial. Por lo de pronto, además de la ausencia de nombre, llama la atención que se haya inaugurado por el Presidente del Gobierno aún a sabiendas de que no se divisan citas electorales a corto plazo.
El vanguardista edificio, -que a nosotros nos hubiese gustado que no superara la línea de cornisa del antiguo Colegio de los Jesuitas- hay que reconocer que llevaba en funcionamiento desde el año 2008, donde en su planta baja y sótanos se vienen celebrando diversas exposiciones temporales y actos culturales.
Ciertamente la primera impresión, cuando ascendemos por la enorme estancia transparente de la caja de la escalera, es la estar en cualquier lugar menos en un museo. Si aún por encima venimos con las ideas preconcebidas de nuestro museiño de toda la vida, ubicado mayormente en antiguas dependencias dieciochescas de piedra, la confusión que se genera es enorme.
Eso sí, una vez que se traspasan los tornos de la primera planta y se accede al interior del cofre arquitectónico, la sorpresa es aún mayor. Ya con luz artificial, se perciben vastas salas uniformes de cientos de metros cuadrados, que van a conseguir, para bien o para mal, descontextualizar todas las obras de arte que allí se exponen. Por ejemplo, ahora veremos los cuadros, en su momento pintados para empapeladas estancias burguesas, la escultura religiosa ya desligada de los retablos, o los pétreos baldaquinos renacentistas, todos colgados de las paredes de hormigón lavado. No hay más concesiones. Incluso, por lo de pronto, se ha obviado la rotulación de las piezas.
Es tal la avalancha de obras de arte expuestas, muchas de las cuales ahora pueden respirar tras haber estado en otras dependencias, que casi es obligado que la visita deba hacerse por etapas. Además, como el citado diseño de las salas nos parece que todo lo uniformiza, una de las impresiones que se reciben, es la de estar ante una gran base de datos digital, pero con la presencia real de los elementos, o lo que es lo mismo, estar ante un gran bocoy de excelente vino que hay que degustar muy a los pocos.
Sabemos que también existe una planta segunda y aun una tercera. Vamos a ver si el tiempo y la aerofobia no nos impiden en su día su contemplación, pues qué manía con el abuso de las paredes acristaladas, con esos viajes visuales por encima de tejados y copas de árboles.
Que conste que la peor impresión hasta ahora, después de invertir más de veinte millones de euros, es la escasísima presencia de visitantes.
05.01.2013