No están los tiempos para la reflexión y el diálogo, superados ambos por intolerancias de todo tipo. Convivimos con ellas sin distinción de temas, intoxican cualquier asunto que tratamos. Las intolerancias llegan a la jungla urbana tras nacer y desarrollarse a toda velocidad en la muy tupida jungla de las redes sociales, todas ellas cargadas por el Diablo con aviesas intenciones (incluyendo grupos de amigos y familiares en whatsapp) y de las que, es tan solo una intuición, cada vez acabaremos huyendo bastantes.
Solo nos distinguimos por cuál es el nivel de menoscabo que nos produce lo que de ellas, las tengamos o no, nos llega.
De lo último leído, esto, por radical y excesivo, me llamó la atención: un columnista cultural del digital The Objective, escandalizado por la concesión del Premio Nacional de las Letras a Manuel Rivas, considera una injusticia que ese honor no haya recaído en Andrés Trapiello, Félix de Azúa o Fernando Savater, en su opinión “los tres mejores prosistas españoles de la actualidad” y justifica el nombramiento del escritor coruñés por razones ideológicas, restando cualquier valor a sus dotes literarias.
No pretendo valorar la concesión del premio sino comentar el estilo y lo innecesariamente desagradable de las afirmaciones del columnista, en línea con el tono intolerante que salpica las conversaciones de hoy en dia, las físicas y las virtuales.
Solo alguién muy contumaz en sus lecturas y sus opiniones se atrevería a la elevación a los altares de Trapiello, Savater y De Azúa para denigrar al premiado Rivas. ¿Se atrevería el columnista a no incluir a Javier Marías en el podium si el autor de Tomas Nevinson viviese? ¿Dónde quedan Antonio Soler, Luis Mateo Díaz o Sara Mesa, por citar a tres y dejando a muchos en el tintero? ¿Tiene en cuenta el columnista que Antonio Muñoz Molina, o el mismo premiado de este año, escriben en El País, medio en las antípodas del suyo y por esa razón ya no son de los suyos, ya no forman parte de su minoría selecta de buenos-escritores-que-además-dicen-lo-que-yo-quiero-escuchar? ¿O toda la ira del columnista se reduce a una cuestión de amiguismo ya que sus elegidos, curiosamente, comparten medio digital con él?
Un crítico que aspire a trascienda su opinión debería, en la mía, huir siempre de planteamientos categóricos; en caso de que la afinidad ideológica (como creo que es el caso) o incluso la vanidad o la soberbia personal le impidiesen hacerlo, lo más honrado sería en primer lugar respetar la obra de un creador de indudable éxito como Rivas, guste o no. Porque a muchos lectores, a este que escribe por ejemplo, le puede parecer una broma pensar que la prosa de Savater supera a la de cualquiera de los arriba mencionados. Y con todo, aún se podría entender su opción si el columnista, ejemplo de vehemencia y superioridad moral, lo justificase, cosa que rehúye hacer prefiriendo la solución fácil, llevarlo todo por el camino de la ideología, valedor de ese absurdo concepto de la batalla cultural. Una pena.
…y dos series cortas para combatirlas
Llamados a reflexionar y a huir de la intolerancia, puede ser buena idea hacerlo por medio de dos series de televisión, cortas, muy diferentes pero ambas recomendables para disfrutar y recapacitar sobre las circunstancias de nuestros tiempos.
Gastón Duprat y Mariano Cohn, argentinos, responsables de esa obra maestra que esEl encargado, entregan ahora la segunda temporada de Bellas Artes (Movistar +).
Sus intenciones siguen siendo las mismas (lo logran con creces): ridiculizar con saña y sin piedad a un mundo de por sí tan ridiculizable como el del arte contemporáneo, sus museos y sus artistas, pero hacerlo sin caer en lo facilón y lo sencillo. La cultura de la cancelación y el mundo woke también se llevan lo suyo aunque en esta entrega hay también tiempo para hablar de otros problemas de la sociedad actual: la contaminación de la política, la desigualdad social, o el individualismo.
En Querer (también en Movistar +), su directora, Alauda Ruiz de Azúa, nos expone delante de las consecuencias familiares y sociales de un caso de violencia machista, de complicado desarrollo y probatura pero en el que los grises son casi inexistentes y la víctimas siempre es la misma.
Las interpretaciones (en especial, de Nagore Anguren y del, siempre magnífico Pedro Casablanc) realzan un guión excelente y una realización sobria y diáfana, limitada a poner al espectador delante de una realidad cotidiana. Una serie emocionante y siempre necesaria, de las que hace reflexionar. Ojalá todos nos paremos a ello.