Una lucha infinita

28 de marzo 2023

Se prodigaba por los billares que a mediados de los años 80 ofrecían una atmósfera cargada de mucho humo de diferentes tipos en la ciudad de Vigo. Tiempos en los que el tabaco de contrabando de batea no estaba penado comercializar y sí permitido fumar en lugares públicos de Galicia. Sin restricciones. Para entrar allí, y no tener problemas, era muy necesario tener contacto con uno de los miembros que formaban parte de alguna de las pandillas que dominaban el territorio; ese resultaba ser el único salvoconducto para acceder sin sufrir incidente alguno. Existía una especie de alternancia del dominio entre unos y otros; la cosa iba por temporadas. 

El conocido como 'Chinarro' se dejaba caer casi todas las tardes por aquel concurrido lugar de juegos recreativos de la calle Tomás Alonso. Solía aparecer pasadas las tres y media, justo después de la comida, con el único fin de invertir la tarde consumiendo sustancias de diferentes clases. Sin embargo, en casa, una mezcla de ceguera con un poco de ingenuidad les hacía estar convencidos de que sus pasos se dirigían al instituto de Formación Profesional. Que no había argumentos para cuestionar su responsabilidad y el crédito de buen hijo. Engaño tras engaño a sus padres se fue adentrando en el oscuro túnel de la heroína hasta verse atrapado en sus nocivas garras. Él, como numerosos jóvenes, encontraron en la droga una falsa salida ante la falta de oportunidades o una equivocada forma de divertirse, centrada en una peligrosa evasión de la realidad. En aquella década, la sociedad española se encontraba afanada en estabilizar una neonata democracia y en perseguir los supuestos sueños del éxito que ofertaba un 'plan perfecto' como el capitalismo. Transcurrían fechas (1987) en las que colectivos antidroga como Erguete, con Carmen Avendaño al frente, ya denunciaban a varios bares de la ciudad por tráfico de drogas. Por facilitar el acceso. En ellos se dispensaban toda clase de variedades de estupefacientes, aunque la heroína era la más temida no solo por sus consecuencias sanitarias sino también sociales: quien acaba siendo adicto a esa viciosa sustancia abría la puerta a la marginalidad, a la exclusión, a la delincuencia o a la muerte por sobredosis o por los efectos del VIH (sin terapia efectiva hasta mediados de los 90). Serían necesarios diez años más para evitar que las personas contagiadas por Sida perdiesen la vida por un severo deterioro físico y orgánico, generado por una inevitable decadencia del sistema inmunológico.

Un chico apodado 'El mani' seguía los pasos de su padre como técnico en el mundo de la topografía. Algunas de sus conversaciones con su pandilla de amigos, en Vigo, giraban en torno a su deseo de dedicarse a un oficio muy demandado en un país en el que comenzaba a modernizarse sus infraestructuras viarias. Una interesante perspectiva. El único inconveniente, en aquel momento, era la obsesión colectiva por la denominada 'titulitis' y el desprestigio que soportaba una formación como la profesional; estaba considerada como la única vía para los malos estudiantes. Los buenos debían buscar una Universidad.

A pesar de esa mala prensa social, él seguía un camino con ejemplar determinación. No albergaba dudas al respecto. Se entregaba a su formación con la misma devoción que vocación. Transmitía una ilusión envidiable. Ser joven y tener el rumbo claro antes de haber cumplido la mayoría de edad (18 años) suponía todo un avance antes y ahora. Y en algunos casos: un verdadero triunfo. El 'mani', como muchos jóvenes, era aficionado a la música. Le encantaba escuchar a los grupos de 'heavy'. Los sonidos de guitarra con distorsión y los ritmos de batería contundentes le parecían muy atractivos. Disfrutaba con intensidad de los discos de vinilo; compartía esa y otras aficiones con la gran mayoría de amigos del barrio durante alguna tarde o los fines de semanas. Se trataba de un chico normal con diferentes inquietudes que involuntariamente le convertiría en un referente en el grupo de amistades. A su lado, no faltaban ratos de alegría, bromas, algunos consejos o apoyo sincero a algún colega en apuros.   

Un día llegó una carta del Ministerio de Defensa al buzón de casa. La Ley obligaba a prestar el servicio militar sin posibilidad de negarse o idear una alternativa. Era inevitable condenar de 12 a 18 meses a una supuesta formación en una institución como el ejército. Al 'Mani' le tocó hacer la mili en la Marina. Durante varios meses a bordo de un barco atracado en una de las bases del sur de la península. Allí coincidiría con el 'Chinarro'. Ambos comenzaron a compartir amistad al proceder de la misma ciudad. El paso del tiempo iría afianzado aquella relación hasta que se acabó transformando en algo sólido. Tanto que el 'Chinarro' se atrevió a presentar e introducir al 'Mani' en el terrible universo de la droga. Empezó siendo juego que significó un desvió definitivo en su camino. Todo un infierno para una familia que no estaba preparada para tratar a un hijo enfermo por la droga

Desgraciadamente, después vendrían los problemas económicos, los infructuosos ingresos en diversas granjas de desintoxicación o la exclusión familiar y social de un joven con una trayectoria prometedora. Un ejemplo, como tantos, de desastre humano sobre lo que pudo ser y no fue. La heroína lograría quemar a la misma velocidad su salud que las expectativas de su presente y su futuro. Ya nada sería igual a pesar de los continuos intentos por zozobrar y abandonar aquella calamitosa situación.

Uno y otro pasarían a formar parte de una interminable lista de jóvenes víctimas de los irreversibles efectos del consumo drogas que pertenecieron a la generación perdida de los años 80 y 90. Realidades que podrían volver a repetirse si no aprendemos de experiencias pasadas. Por ello, conviene mantener una lucha infinita. ¡No subestimemos a tal peligro! El alcance de las consecuencias ya lo conocemos.