Te la llevaste, Carlos amigo, en tu regazo, abrazado a ella, límpidas las cuerdas y tu alma. Te la llevaste, amigo Carlos, la cejilla en el corazón y tus dedos punteando, acompasados siempre y acompañando a tu voz.
Aguda y grave, como la vida que has tenido, garganta precisa, voz contenida a veces, y a veces desgarradora, como el cantor de tangos que anidaba en tu interior. Era tu ser, y tu amor por los demás lo que expresabas.
Carlos fraternal, generoso en palabras, humilde maestro, insigne doctor en los saberes de la vida, rico por tus deberes, esos que has cumplido hasta el fin.
Carlos padre, marido, amante fiel de todos los que disfrutamos de tu existencia, aún incluso de los que no supimos quererte. Carlos eterno, para siempre.