Tenía ya ganas de que se estrenase la última de Guillermo del Toro. El tráiler ya adelantaba lo extraordinario del nuevo universo que nos ofrecía el mexicano: una casa "encantada", una historia de amor y de fantasmas… todo aderezado con unos decorados y unos vestuarios despampanantes.
Y es que, lo más interesante y llamativo de la película es, sin duda, la dirección artística. La casa (en la que se sucede la mayor parte de la película) llega a ser un personaje más de la historia, un personaje que grita por tomar parte de la trama. Una edificación que luce de manera apabullante por su declive lleno de vida, por su vida llena de muerte. De estilo victoriano con aires góticos (como todo dentro del film) encandila desde el minuto que aparece en el metraje. Una maravilla para la vista, toda la película lo es. Imposible no acordarse de Tim Burton y su estilo también extravagante, para recalcar lo que es obvio, que ambos poseen un imaginario único que atrae plásticamente de una manera que pocos consiguen y que aparte de personalidad, aportan siempre a sus películas un halo mágico, creativo e intrigante.
Una joven muchacha que quiere ser escritora se enamora de un extraño al que seguirá a otro país abandonando todo, incluso sus sueños e intereses. Fuera de este tópico machista típico de la época en la que se desenvuelve la película, la historia cobra interés en el momento en que la joven vuelve a tomar las riendas de su vida. La casa está llena de intrigas y ella, poco a poco, irá descubriéndolas hasta llegar a una verdad que puede acabar con su vida. Una trama floja en un principio, y que sólo cobra interés cuando llegamos a la casa: la cumbre escarlata.
Una historia de amor tortuoso, de amor enfermizo que está salpicada de fantasmas. No es terror porque le sobra romanticismo y le falta suspense, miedo y personajes paranormales. No es amor porque le falta contacto, pasión y le sobran sustos, intrigas y ectoplasmas. Es un género mixto, una amalgama que intenta autocompletarse mezclando (permitidme la expresión sarcástica) churras con merinas, algo que, sin duda, no dejará indiferente al espectador, para bien o para mal. Y que resulta muy chocante en un final bastante predecible en el que se mezclan personas y fantasmas, juntos y también revueltos.
El personaje de Mia Wasikowska vuelve a ser como en Alicia en el país de las maravillas (la película de Tim Burton) una muchacha sosa enfrascada en un traje bonito y metida en un mundo visualmente impresionante. Un papel que podría ser más que interesante para cualquiera pero que con ella no consigue cuajar del todo. Al contrario que sus compañeros de reparto (Jessica Chastain y Tom Hiddleston) que brillan en el conjunto que forman como hermanos: él como un ser oscuro, profundo y con aristas; ella manipuladora, desquiciada, despiadada.
"Los fantasmas existen, de eso estoy segura" es la frase que pronuncia la joven protagonista y que se repite varias veces a lo largo de la película. Una joven que enfrentará sus miedos para liberarse de un destino fatal. Una joven que aprenderá, que: existan o no los fantasmas, lo más inteligente es temerle a los vivos.