Al pie del Gourougou, en las clases teóricas para "primeros", antes de los ejercicios físicos que realizábamos en lo que hoy es la pista de aviación civil, en la misma raya entre Rusadir y Marruecos, a unos cientos de metros de nuestro Tabor, escrutábamos el monte con los visores de trinchera obteniendo unas imágenes agrestes de un terreno volcánico y erosionado lleno de sendas, sin apenas vegetación. A diario las mismas anotaciones, sin embargo cuánta historia!, "Pobrecitas madres, cuánto llorarán"... decía la canción. Cerca de nosotros un grupo recién llegado recogía con pico y pala trozos de la abundante caliza, que echaban en unos cubos de zinc pintados de color garbanzo, con los que más tarde harían cal para enlucir alguna fachada. Por qué te llamarán Rusadir" La blanca"?
Una mujer mora, mayor, de pequeña estatura, proveniente de alguna cavila a desmano, pasaba a nuestro lado mirándonos de reojo y sonriéndonos como esperando la bronca del puesto de servicio de plantón que tenía orden de no permitir paso alguno por el lugar. Eludía el paso fronterizo de Aït Nsar, muy cargada con pollos y fardos pesadísimos, atajando hacía el mercado de la ciudad aún distante, evitando así un buen rodeo. La mujer se deshacía entonces en explicaciones insistiendo una y otra vez tozudamente, ante la negativa del plantón, implorando en un chapurreo de árabe y español:
- Por favor, paisa, déjame pasar, tengo niños, mucho camino … Te regalo pollo.
- No puede ser, decía el comprometido centinela. Por aquí no, mujer. Vete.
- Déjala pasar, intervenía entonces el oficial; pero dile que no puede pasar por aquí. Déjaselo claro. Por aquí que no vuelva. Haz que montas.
Pese a su tono militar, autoritario, se adivinaba lo que todos estábamos pensando. Aquella mujer no podía dar la vuelta. Toda una costumbre. Sabíamos que al día siguiente alguien, en el entorno de aquella mora, cogería el relevo o ella misma pasaría a otra hora. Era una frontera humanizada pese a la historia que nos ocupaba. Una alambrada de espino que podías obviar sin dificultad alguna simplemente separando los hilos con las manos, a la vista de cualquiera.
Nuestro oficial recalcaba aquel día lo de la explotación del éxito. Decía que no hay avances sencillos, que lo fácil entraña siempre una trampa y hay que hacer entonces un avance alerta, más que nunca. Que por el camino está el engaño y el acecho. Seguía entonces con la comparativa entre mayor y menor dificultad en el avance, lo del fuego y movimiento, para terminar diciendo que, en todo caso, siempre, (recalcaba el adverbio), al llegar es imprescindible consolidar la posición y estar más alerta si cabe; que muchas victorias habían sido efímeras por dormirse el victorioso en los laureles nada más haber llegado. La baraca no está en el diccionario de una buena táctica, aseguraba, no es buena consejera. Cercioraos de escoger siempre el camino difícil en el progreso. Es más probable que nadie os espere por ahí. Recordad Aníbal. Luego consolidad la conquista.
Era un tío excepcional, perseverante. Jugaba al baloncesto con gran pasión, leía los clásicos, trataba a la gente con pulcritud, escuchaba antes de decir aquello de "es una orden" prefiriendo en ocasiones hacer las cosas él mismo ante el estupor del subordinado. Tiempo después me contaron que le llegó un oportunidad, todo un regalo para un militar deseoso de un frente real. Los rumores que filtraron la noticia decían que desde la superioridad le ofertaban lo siguiente:
- Coronel, tienes la posibilidad de ir a Namibia en tres días. Te doy diez segundos para decidir.
La respuesta, inmediata fue:
- Me sobran nueve, desde ya! Tengo el petate hecho.
Un avance difícil que consolidaba todo un carácter.
Hay conceptos en la vida que te quedan para los restos. Para mi, junto al del relevo en todas sus acepciones y la sencilla efectividad de un prusik, la consolidación del éxito es como un importante pilar maestro que siempre he tratado de tener en cuenta pese a los imponderables de turno, claro que he contado siempre con la ayuda inestimable de mi compañera. Me impresiona ver como no se prevé e implanta esta filosofía de permanencia en los distintos aspectos de la vida tanto individual como colectiva, sobre todo en la política de partidos políticos, donde se trabaja fuerte para llegar y tener la casa llena de topos a las dos horas.
Carlos Regojo Solla.