El 24 de diciembre de 2022 llovía sobre mojado. Era un día gris y oscuro que parecía presagiar la pesadilla que íbamos a vivir. Horas antes Guada nos llamó para decirnos que venía desde Lalín a Pontevedra en autobús, que era más seguro. Pero llegaron las 10 de la noche y nadie llamó a la puerta. Sin rastro de ella en el móvil, decidimos ir a buscarla a la estación de autobuses, pero allí ya no había nadie. Ninguna nota nos esperaba para alertarnos de que uno de sus autocares no había llegado a su destino. Nada.
Acordamos sin palabras esperar a una hora prudente para empezar a hacer llamadas. Fue una tensa calma hasta que tuvimos la certeza de que no estaba en su casa. En ese momento comenzó nuestra pesadilla. Tras múltiples llamadas a la Guardia Civil de Lalín, 112 y Hospitales, nadie nos ofrecía una respuesta. Una hora y media después, nos confirmaron que había ocurrido un accidente de tráfico.
Continuamos con las llamadas y el desconcierto se incrementó al igual que nuestra angustia. Nos recomendaron llamar al 112, pero no aportaron información. Probamos entonces con el 062, pero solo informaron de que los heridos estaban siendo evacuados al Hospital Montecelo. Acudimos allí y de nuevo no encontramos respuestas. Sin nadie a quien dirigirnos, comprobamos cómo la prensa tenía más información de lo ocurrido que unos familiares desesperados por saber qué pasó, qué hacer, a quién dirigirse, o a dónde acudir.
Con miedo, ansiedad, preocupación y cada vez más incertidumbre, volvimos a llamar al 062. Insistimos en que nos facilitasen información ya que solo sabíamos lo que publicaban los medios de comunicación. Esta vez nos confirman que hay personas fallecidas y que es un operativo complejo.
Tras mucha insistencia, nos remiten al lugar del siniestro para darnos información concreta o para que identifiquemos alguno de los cuerpos. Casi dos horas después de la primera llamada, empezamos a tomar conciencia de que lo ocurrido no es un simple accidente de tráfico, cuyos heridos están siendo trasladados al hospital, sino que cabe la posibilidad de que Guada se encuentre entre las personas fallecidas. Armados con el poco valor que nos quedaba, acudimos al lugar del accidente con el triste convencimiento de que al menos habría alguien que nos diese información real. Pero cuando llegamos al puente de Pedre nos indican que no podemos estar allí, así que vuelta a empezar: nos identificamos, comentamos las múltiples llamadas y las escasas respuestas hasta que, finalmente, los agentes, desconcertados y sin saber qué decir, acuden a hablar con los responsables del operativo. La respuesta llegó unos minutos después: no podíamos permanecer allí ya que se habían identificaron todos los cuerpos y se suspendía el operativo de rescate.
Y así, en medio de la oscuridad, tan solo perturbada por las luces de las sirenas, la incesante lluvia y la fuerza del viento, nos empezamos a hacer a la idea de que la vida nos golpeaba con fuerza aquella fatídica noche. Presos del pánico, debemos presuponer que no se sabe dónde se encuentra y que, presumiblemente, no hay nada más que se pueda hacer. Así que, ahora con más vehemencia, les comunicamos a los agentes que no nos moveríamos de allí hasta que algún responsable acudiese a darnos información, hasta que anotasen nuestros datos y nos dieran indicaciones precisas de cómo actuar.
Al poco tiempo, un responsable se presentó y por fin, después de varias horas, nos confirma que Guada está oficialmente desaparecida. Información que, aunque aterradora, era necesaria. Hizo que la desesperación, la angustia y el desamparo, dejase paso al dolor. Un dolor profundo y desgarrador.
Ya nada estaba de nuestra parte. Cuando a las 02:30 h. suspendieron el operativo de rescate y mientras desconsolados intentábamos digerir la noticia, nos hicimos a un lado de la carretera para que los camiones de bomberos maniobrasen para abandonar el lugar. También se retiraron los profesionales que aquella noche hicieron lo que se les supone en el ejercicio de sus funciones.
Pese a nuestro estado de conmoción y desolación, nadie se acercó a nosotros: ningún agente, ni psicólogos, ni responsables de ninguna entidad.
Y de esta manera, una madre y unos hermanos, pasamos el trago más amargo y trágico de una nochebuena en la que ya éramos una menos. Qué crueldad tener que irnos dejándola allí, entre el viento y la lluvia.
Ahora faltaba el calvario de las horas vacías hasta que la mañana del 25 de diciembre fue abriéndose paso.
Desde el amanecer nos comunicábamos vía telefónica con la Comandancia de la Guardia Civil de Pontevedra. No quisimos volver al puente. No quisimos volver a sentir de nuevo aquel desamparo. Nos aferrábamos a lo que únicamente nos ayudó a
sobrellevar la noche anterior, lo que nos aportaba seguridad y un poco de consuelo: la familia.
No fueron mejores las horas siguientes. Tras 18 horas sin saber su paradero, inician su complejo rescate. A media tarde, exhaustos y conmocionados, llegamos al Hospital Provincial de Pontevedra. Pese a que sus trabajadores eran conocedores de nuestra llegada, nadie nos esperaba.
Desorientados y aturdidos, deambulamos por las instalaciones hasta que llegamos al lugar indicado: un habitáculo con baño, una lavadora en funcionamiento y ropa apilada. Allí nos dijeron que podíamos entrar a la morgue. Como desconocíamos nuestra posible reacción, pedimos ser acompañados por psicólogos, pero en su lugar nos encontramos a una ATS y un enfermero.
Tampoco tuvimos atención psicológica cuando, días después, la solicitamos a la Unidad de Atención a las Víctimas de Accidentes de tráfico de la DGT, tal como consta en el escrito que nos fue entregado. En ninguno de los dos casos, recibimos la atención que demandamos.
Sin embargo, los días siguientes veíamos incrédulos las declaraciones de unos y otros congratulándose por el operativo llevado a cabo.
Desde la serenidad que aporta el paso del tiempo, nos remueve recordar la soledad institucional con la que vivimos tan dolorosa experiencia vital. No somos conocedores de si algún protocolo se activó aquella noche para amortiguar el golpe ya que, desde el primer momento, nuestra única opción se redujo a nuestra propia iniciativa, teniendo como única herramienta la autogestión.
La pérdida de Guada es irreparable, pero nos vemos en la necesidad de sacar a la luz la realidad que vivimos para intentar evitar el sufrimiento de otras familias que puedan vivir situaciones similares en el futuro.
Los accidentes ocurren cualquier día del año y todos los esfuerzos deben ir dirigidos a socorrer a las víctimas. Pero también es necesario revisar las actuaciones y el acompañamiento a las otras víctimas de estas tragedias, sus familias.
Se debe minimizar el impacto del daño generado y no ahondar en el sufrimiento, creando heridas innecesarias y, sobre todo, evitables.
Consideramos necesario revisar la manera de proceder con las familias de las víctimas desde el mismo momento en que ocurre el hecho traumático, tanto por parte del operativo encargado, como por parte de los medios de comunicación y las autoridades pertinentes. Es necesario que el operativo funcione de manera integral, que exista un profesional que actúe como referente para las familias, que centralice la información y que gestione la atención y los apoyos necesarios en cada momento. Resulta fundamental tener el control del qué, cómo y dónde se comunican los hechos, pues solo desde el respeto se puede entender que son las familias quienes, de manera prioritaria, deben tener conociendo de los hechos en tiempo real.
Debe prevalecer el derecho a la intimidad pues, en nuestro caso, se difundió a través de la prensa, información personal no autorizada que repercutía en el bienestar de toda la familia.
Dolor innecesario que se superpone a la tragedia. Simplemente, reprochable. Es necesario el derecho a informar, sí, pero con ética y profesionalidad, evitando caer en los hechos morbosos o las imágenes tan innecesarias como repetitivas.
En general, no sentimos respeto por nuestro incipiente duelo. La humanidad, el respeto por el dolor ajeno y la decencia, deberían estar presente en el tratamiento de cualquier suceso catastrófico.
Nosotros tuvimos la suerte de recibir el calor de familiares, amigos y de las personas que, sin conocerla, fueron empáticas con nuestro sufrimiento. También el de sus queridos alumnos/as, compañeros docentes, sus amigos y tanta gente que la quería y que quiso acompañarnos en su despedida. A todas estas muestras de cariño solo podemos responder públicamente con nuestra más sincera gratitud.
Queremos terminar con un afectuoso recuerdo a todas las víctimas de este fatal accidente. Otras seis familias con las que compartimos la pérdida de un ser querido y a quienes queremos hacer llegar nuestro más profundo apoyo, respeto y solidaridad en este primer aniversario.
Familia Díaz González