Con el desconcierto del COVID-19 hemos perdido la pista de la programación cultural porque ahora lo que no se ha cancelado, se ha aplazado o se ha cambiado de lugar, fecha, sitio o formato, o todo junto como Cantos na Maré que tras 15 años de celebración en Pontevedra, este festival internacional de la Lusofonía se ha extraditado a Santiago. Y parece que pocos han reparado en ello. Claro está que ocupa y distrae aprovechar la libertad que intuimos amenazada ante una nueva, e hipotética, edición del confinamiento, el organizar reuniones con familiares y amigos cumpliendo con todos los requisitos, la vuelta al cole y demás asuntos.
La cultura siempre puede quedar, para variar y lamentablemente, en un segundo plano.
El festival no solo se traslada de ciudad sino que además cambia de formato incorporando actividades complementarias y transmutándose con una nueva denominación, Festival Maré.
Tal vez lo más llamativo es su lugar de celebración, un hotel, lo cual desnaturaliza el evento porque enlatarlo en un único espacio, que por demás nada tiene que ver con la cultura, hace perder en gran parte su esencia participativa e inclusiva. Mientras que en la ciudad era una celebración compartida entre el Pazo da Cultura, el Teatro Principal, el Museo de Pontevedra, y espacios públicos, en Santiago se confina en un NH.
Sobre los motivos nada o poco se ha dicho. Tal vez desacuerdos económicos, desentendimientos con el uso de espacios, restricciones sanitarias propias de la provincia. Pero lo cierto es que así sin mucho ruido se ha perdido en la ciudad este singular festival, único no solo en Galicia sino en España. Sinceramente espero que si me contagio no me afecte la memoria y pueda mantener en mi recuerdo ese aire de frescura, autenticidad, hermanamiento, alegría, luz, amor, rebeldía, creatividad, proximidad, arte, cultura, humanidad que se respiraba, sentía y vivía en esos días de festival. Confieso que con Cantos na Maré pude apreciar de cerca la grandeza de músicos y cantantes de África, su fuerza y riqueza expresiva que junto a Brasil, Portugal y Galicia tejían un colorido y vibrante tapiz.
Con el cambio no solo pierde la ciudad y sus vecinos sino es muy probable que se lastre el propio festival porque la cultura no es una caja de verduras que se puede exportar/importar sin más. La cultura es algo delicado y un evento o una manifestación cultural es un todo, es la unión de sentimientos y voluntades en un espacio tiempo. Pero esto a veces es difícil de entender por los políticos o por quienes hacen política con la cultura. Tan anómalo es esto como el caso de aquella ciudad que quiso apropiarse de la Semana Santa de otra.
De la edición del año pasado conservo un bonito recuerdo. Estuve con mi hermano en la Praza de la Pedreira y además de disfrutar del estar juntos, de esa plaza tan especial y de las magníficas actuaciones culturales, musicales casi se me queda pequeño, consumimos unas bebidas en unos vasos plásticos que, de forma excepcional, conservo. De aquella ni imaginaba que no estaba guardando simples vasos reutilizables sino piezas de museo.