Transoceánico (4ª parte)

19 de octubre 2021

Entre los pasajeros del buque transoceánico el barullo era el denominador común. Había tantos con su billete de embarque en regla como polizones que habían subido camuflados en los contenedores o que subieron por la fuerza en el follón del puerto. Briones ya se lo comunicó al capitán, incluso diciéndole que el avituallamiento cargado sería insuficiente para todos en los dieciséis días de travesía previstos. El capitán, que ya dio muestras de evidente apatía antes de zarpar y que llevaba con la resignación castrense del deber esa misión suicida, le contestó con un gesto soez como diciéndole que se las apañaran como pudieran y que él haría otro tanto. Briones siguió pilotando la nave, algo más preocupado que cuando embarcó, siguiendo unas coordenadas de ruta más que indefinidas.

— Si me permite una pregunta, mi capitán, ¿se supone que este rumbo nos conducirá a América? -le preguntó, no sin antes observar un indicio de relajación en el rostro pétreo del oficial.

El capitán se despojó de su gorra de plato para mostrar una calvicie rutilante llena de pequeñas manchas de color café con leche.

— Hum….hum…. ¿América? ¿Y si nos encontramos con un barco que transporta americanos huidos de allí? Sería hasta divertido que unos y otros huyéramos de los continentes y nos cruzásemos. ¿Lo entiende, Briones?

Se reía con una risa asmática, apenas ruidosa, y mirando el suelo del puente de mando como si fuese su interlocutor.

El cabo primero no se atrevió a abrir más la boca, escudriñaba la densa bruma que los iba envolviendo sobre el mar calmoso.

Baldomero estaba sentado en cubierta sobre una maroma enrollada en círculo cerca de la puerta de bajada a las salas principales. Asistía, algo divertido, al lio que formaba el pasaje con la designación de responsables. Mamadou, junto a él, observaba por encima de las cabezas de los demás a un grupo de mujeres jóvenes que proponían la diferencia de sexos para acometer diferentes responsabilidades.

— No sería propio que un hombre ordenase mi ropa interior -decía una chica rubia embutida en unos jeans apretados que narraban la magnificencia de su trasero- Que llevase a la lavandería esa ropa y supiese si uso bragas de tanga, brasileña o de faja. ¡Me opongo!

Las que le rodeaban corearon otra exclamación sumándose a la propuesta.

Un poco más alejados, entre los hombres se disputaba el mando de los fogones.

— Os hago una paella para chuparse los dedos -decía uno, llevándose, arracimados, la punta de los dedos a los labios.

— Pero el arroz de Calasparra, eh. -sugería otro.

— Y yo os planto una barbacoa en un pispás regada con un tinto de Toro que os suda el paladar -decía otro tercero.

El hombre de color dejó su observación para agacharse hasta la posición de Baldomero. "Mamadou tiene tripas como discoteca. Mamadou tiene idea".

El anciano se fijo unos instantes en los labios carnosos del otro desplegándose en su sonrisa perenne. "Pues, ahora que lo dices, yo también tengo algo de "gusa". Y de este berenjenal me fio lo justo y menos." El negro le ayudó a incorporarse y tiró de él hacia el portillo despensa, el cual vigilaba un marinero que tecleaba sobre su teléfono móvil cambiando constantemente de ubicación y bajando y elevando su aparato en busca de señal.

Se metieron por el portillo y descendieron a oscuras palpando las paredes metálicas. Baldomero se apoyaba en las anchas espaldas de su compañero. "Qué buenas espaldas para cargar sacos de cemento", decía golpeándole el lomo.

En la despensa, Mamadou dio con el interruptor de luz situado a la derecha de la enorme estancia. Quince contenedores se alineaban en tres filas. El negro anduvo unos pasos sigilosos para luego volverse hacia el otro.

— Parece que no monos en la costa -dijo con su singular deje.

Se encogió de hombros y fue hasta el contenedor más cercano. No había cerradura alguna por lo que tiró de la palanca y la barra vertical giró abriendo el contenedor.

Ana y Jota se habían escondido en lo más profundo del depósito en cuando oyeron el trajín de la cerradura. Jota, permitiéndose una rendija entre cajas como visión, vio una sombra de casi dos metros con dos puntos rutilantes que parecían haberles descubierto. Agarró la mano de Ana para apretarla fuertemente.

Mamadou también escudriñó el embalaje del fuet. Tomó los dos pedazos de madera y los descerrajó en un crujido que retumbó en el recinto. Las barras de fuet cayeron sobre sus pies como fruta madura.

— Si cuando yo digo que eres un Goliat venido a menos. -comentó Baldomero agachándose a por la mercancía.

Mamadou no tardó mucho en abrir el celofán que envolvía el fuet y emprenderlo a bocados fieros. "Si que tenias gazuza, carajo", dijo Baldomero, guardándose varias piezas del embutido.

Se disponían a salir del contenedor cuando Ana y Jota salieron de su escondite. "Perdonen", les dijeron a dúo desde la penumbra del fondo. Los otros se sobresaltaron cayéndoseles varias piezas de fuet que guardaban bajo sus ropas.

— ¡Quién coño sois vosotros! -exclamó Baldomero retrocediendo.

Mamadou acabó sonriéndoles y yendo a su encuentro.

— Hola, amigos, soy Mamadou y ese "cascalabias" es Baldomero -el negro comprendió pronto y les ayudó a salir de entre las cajas del contenedor.

Ana y Jota se presentaron y les contaron lo evidente de su situación.

— Está bien, ya hablaremos, pero ahora nos conviene salir de aquí cuanto antes. Digo yo, ¿no?, Mamadu.

— Siempre muy "chibani", Baldomero. Habréis de verle vosotros -les dijo a la pareja sonriente.

Unos ruidos procedentes de los contenedores del fondo hicieron que Mamadou se pusiera en guardia. Al dejar de escucharse, les urgió en una seña para que fueran hacia la puerta de salida.

Subieron los cuatro sigilosos. En el portillo, el marinero ahora se apoyaba contra el marco siguiendo su apego al móvil. Mamadou, en cabeza, les hizo signos para que esperaran silenciosos. Y, en efecto, al cabo de unos cinco minutos el marinero volvió a elevar su móvil y a perderse a la derecha de la cubierta. Los cuatro salieron por el portillo despensa para tomar la dirección contraria al marinero.

A babor del buque, en estado bastante calamitoso, encontraron un casetón. Entraron agachados, pues la techumbre invitaba, y el hombre moreno casi arrastrándose. Cuando la luz que penetraba por el ojo de buey se hizo más intensa vislumbraron los cuerpos incorruptos de un cobrador de gas ciudad, otro de Santa Lucía y un tercero que pertenecía a un acomodador de cine cuya mano derecha era una linterna de petaca. Los tres muertos tenía una mirada tan compungida que infundía malestar."Ya veis que el brazo de Santa Teresa no tiene la exclusiva", dijo Baldomero haciéndose sitio entre los cuerpos. "Y menos mal que no hieden", dijo Jota desviando la mirada. Mamadou arrinconó los cuerpos al fondo del casetón colocándolos de espaldas a ellos. "Gracias, Mamadou", le dijo Ana dedicándole una esplendorosa sonrisa.

— Demos cuenta de estas longanizas y dejémonos de otros fiambres.

Dijo el viejo, dándoles a los nuevos polizones dos piezas de fuet.