"A matanza do porco"
Era niño y participaba en un rito ancestral de nuestros pueblos. Los cerdos fueron el sustento de muchas familias a lo largo de los tiempos.
Llegaba noviembre y, en las cuadras, los marranos olían su muerte; entre ellos emanaba la esperanza de que pasasen de ellos y tuviesen la suerte de superar este San Martiño.
En casa de mi abuelo, la cochiquera tenía bastantes cerdos; dos, enormes y de un gordo que desmaya. Fueron señalados para la matanza.
Pero con la sabiduría de aquella época, se le daba garrito morte a uno, y el otro esperaba unos quince días, suplicando que se olvidase de él.
El gocho condenado era apartado de la pocilga y encerrado en un cuarto oscuro, tenebroso, desangelado, durante 24 horas en riguroso ayuno.
¡Cuántas penalidades tenía que soportar nuestro sustento añal!
En mi tierra de Fragoso era una gran festividad. Ya habían preparado el banco de la inmolación y todos a la espera del "Matarife".
¡Menudo elemento! Era enorme en su grosura, vestido con ropajes de los encargados de dar muerte en el garrote vil. Era un esperpento fugado de la integridad de Valle Inclán. Olía a todo, menos al aseo natural. Su pobre caballo, flaco, huesudo, y con bichejos, sufría de narices. Pero era un gran experto en matar al gorrino a la primera.
Cuando él llegaba, Gerardo y los hijos de Tío Ramiro, bajo las órdenes de mi abuelo, agarraban al "condenado", le sujetaban una cuerda en el hocico y entre todos, lo llevaban al patíbulo. ¡Como gritaba el gorrino!
Yo agarraba su cola, que ya era mucho. Ya bien sujeto, el matarife…, ¡¡qué jeta!!, se bebió una jarra de vino y le espichó el cuchillo en el corazón…, muriendo la víctima sin dolor. ¡Ese era su oficio!
Nos dejó desangrando al pobre porco y ya se desplazó a otro caserío.
Todos con calderos, tinas iban recogiendo la sangre; le daba unos meneos para que se desangrara de todo. Los mozos, con teas de paja, iban quemando todas las cerdas. ¡Había trabajo para todos!
Me dieron una losa y a lavar el cerdo hasta que adquiriese blancura. ¡Todos a fregar! ¡Quedó de un blanco….., de narices!
Los mayores se lo llevaron al bajo – despensa. A Chacho y a mí nos tenían prohibida la entrada; nos acercamos a la puerta y vimos cómo colgaban al muerto; le abrieron la barriga. ¡Ala, qué salvajes! Le quitaban el unto, las tripas y las vísceras. Lo meneaban un poco…¡o lo suyo!, para arrojar sangre que había quedado dentro.
Las mujeres separaron las tripas gordas de las delgadas, para limpiarlas bien y poder elaborar esos chorizos que nos traen de calle a Chacho y a mí.
¡Aleluya! Llegó el momento de comer. Habían puesto una plancha de hierro y debajo leña; la embobaban con unto y se asaba la asadura.
Chacho y yo, rápidos como centellas, íbamos saboreando todas las que pudimos, hasta que nos enviaron a comer filloas y chicharos.
Los mayores disfrutaban comiendo, bebiendo y contando cosas sin gracia. Las chicas eran tontas y se reían de un rojo de…., ¡Mosqueaba muchos aquellos relatos! ¡Y qué cara tenían! Nos decían: "Niños a jugar a
la huerta, esto es cosa de mayores".
Nos fuimos al Campo de Vilar; allí estaban todos los peques y cómo ponían a los abusones de los mayores. Llevábamos los tira-piedras e iniciamos una competición de puntería. Colocamos unos cacharros y
todos preparados para hacer diana. ¡Nos faltaba práctica, pero nuestras piedras pasaban cerca! Llegó nuestra prima, que era más pequeña que nosotros, cogió el tira-piedras y destrozo un cacharro. ¡Se fue con unas risitas! Y presumiendo de su destreza. ¡¡Narices!!
¡Pobre caballo! Iba de un derrengado moribundo; encima de él iba el matarife, todo ensangrentado y con una cogorza de campeonato; se había bebido todo el vino de los caseríos. ¡Menudo jeta!
Chacho y yo regresamos. Estaban todos sentados en la Lareira. Iban cocinando filloas. Cogí una y Chacho se la comió de una rapidez de pistolero. Me entretuve comiéndolas y haciendo sufrir a mi amiguete Chacho: era un perro muy inteligente.
Mi abuelo comentaba las tareas de mañana: "Mañana vamos a salar las carnes; primero los jamones y lacones. Bien salados estarán un día para que lo absorban. Después los colgaremos en el local de abajo para que se
vayan curando. Esta faena la haremos los hombres".
¡La Tía! ¡Jolines que poder tenía! "Tú, mañana desayunas con todos y tienes varias tareas: atar con el cordel los chorizos, traer la sal, ayudar en todo lo que necesitemos. Nada de bajar por la higuera y beberte dos huevos. Tendrás que tener dispuestos el pimentón dulce, el picante, ajos, agua y sal. No hagas planes y no inventes alguna de las tuyas".
¡Vaya amigo! Chacho se fue al dormitorio. Mi abuelo liaba un cigarrillo de aquella picadura; le di un beso y me fui a mi cama. Ya estaba el gamberrete de Chacho intentando dormirse. Le contaba mis penas.
- El gallo es un acusica. ¡¡Qué bronca me lanzó la Tía María!! Creo que debíamos colgarlo por difamador. Mañana me quedo sin saborear esos huevos. ¡¡Oyes!! ¡Qué animal ya está roncando!
Me metí en la cama; me sentía dominado por la feminidad, ante ella mi abuelo lía un cigarrillo me guiña un ojo… ¡Y a mandar ellas! No tenía escapatoria.
¡Ya está la cuentista de la Luna Llena! Relucía entre mi ventana esas gasas de elegancia, de vanidad. Le eché la lengua y me fui con Morfeo.
Pedro de Lorenzo y Macías.