Harto de escuchar el típico comentario de que los baños de los hombres siempre están hechos un desastre, asisto desolado a la demostración de tan cacareada afirmación.
En cualquier lugar en el que tenga la necesidad de acudir a un baño público, la sensación siempre es la misma: la repugnancia por los charcos de agüita amarilla.
Entiendo que muchos hombres se ven obligados a jugar a la diana por algún problema que les impide acertar aunque tuvieran que hacerlo en un inodoro del tamaño de una bañera. Otros, sin embargo, simplemente son presa de una enfermedad mucho más difícil de curar y más extendida, la de ser unos guarros.
Mi última experiencia, en un hospital. Mientras los enfermos dejan pasar el tiempo en la cama de su habitación, los visitantes se relajan jugando a la puntería en el baño, en una competición contra la taza del váter que siempre sale ganando ella.
Compadezco a quienes se ganan el sustento teniendo que jugarse la vida limpiando en estos sitios, muy propicios para el contagio de enfermedades. Para aquellos que tengan un mínimo de interés en revertir esta nauseabunda afición, ahí les van unos básicos, y útiles, consejos de cómo realizar el acto de la evacuación líquida.
Primero, intenten orinar sentados. Les aseguro que no perderán un ápice de su masculinidad. No solo es más higiénico, sino que, además, su próstata se lo agradecerá. Si prefieren la opción clásica, la de hacerlo de pie, procuren extraer el aparato reproductor de forma completa. En caso de no hacerlo, las posibilidades de derramar la orina aumentan considerablemente, provocando el típico y desagradable charco que acaban pisando todos los que vienen detrás.
Una vez finalizada la acción, sustituyan las clásicas sacudidas del pene por una limpieza general con un trozo de papel higiénico. Evitará que el pis se extienda por todo el espacio, además de librarse de que sus pantalones se vayan empapando a lo largo del día, lo que provoca un desagradable hedor cuando se cruza con otro ser humano. Deje las sacudidas para otros momentos más placenteros.
Si, por cualquier motivo, no pueden evitar que una parte de la orina se derrame, por haber perdido parte de la motricidad fina de su mano, por ejemplo, no pasa nada, cojan un poco de papel y limpien los restos derramados. Recuerde que si todos hacen esto, solo tendrán que limpiar los suyos.
Por último, una acción no menos importante y tremendamente efectiva, casi revolucionaria podría decirse. Una labor que deberían tener grabada a fuego en sus mentes desde que realizaron su primera micción de forma autónoma. ¡Tiren de la puñetera cisterna! No supone ningún tipo de esfuerzo físico, es muy fácil, un sencillo toque con un solo dedo trae consigo beneficios extraordinarios. Prueben y se sorprenderán de ver como la concentración de amoníaco se reduce, algo que agradecerán los sentidos de la vista y el olfato.
Traten de seguir estos humildes consejos, y recuerden que hacer las cosas con la mayor higiene posible, es bueno para todos.