La sociedad de sumo consumo que hemos ido creando se resume en un acto inequívoco: usar y tirar.
Este hecho puede usted buscarlo y encontrarlo en cualquier ámbito de la vida cotidiana. Usamos cosas, a personas y hasta a nosotros mismos buscando agradar para conseguir beneficios propios, casi nunca utilizamos nuestras habilidades para ayudar al convecino, a las personas que tenemos a nuestro alrededor y que, muy posiblemente, necesiten de mayor atención que nosotros mismos.
Vivimos en la sociedad del plástico, es decir, en un ambiente grosero y aséptico, se mire por donde se mire. Como autómatas educados en escuelas que únicamente instruyen para establecer códigos de barras, pasamos por la existencia con la ambición absurda de superar a nuestros semejantes en cualquier ámbito de la vida y, por desgracia, lo intentamos lograr, cueste lo que cueste y caiga quien caiga, sin miramientos.
La moral y la ética se la hemos cedido a esos "buenazos" que no destacan o no quieren destacar y que, mayormente, miramos con cierto desprecio, como seres un tanto estúpidos, ya que no podemos entender o asimilar que aún existan personas que busquen la prosperidad ajena, que también es propia, si lo miramos en términos puramente sociales y de convivencia.
Ya no somos personas de carne y hueso, somos personas con órganos de plástico fino o áspero, dependiendo del día y de los acontecimientos. Mostramos nuestra mejor cara en las redes sociales, inventamos muecas para embelesar a desconocidos, solicitamos ayuda con argumentaciones poco o nada veraces, y todo esto lo llevamos a cabo para poder encajar en un mundo que, desde hace décadas, vive o sobrevive gracias a la apariencia que sólo puede encajar dentro de los cerebros planos que solamente gozan del onanismo.
Si la cosa no cambia, señoras y señores del Jurado Social, nos veremos prontamente abocados a coexistir en una sociedad plenamente ilusoria en la cual se premie, en primera instancia, al más falsario de los hombres o de las mujeres, con el agravante ético de que, de una u otra manera, seremos conscientes de que ese hombre o esa mujer nos está desnaturalizando, mientras nosotros procuramos un milagro fingido que nos ayude a continuar adelante.
Sucede ya en la política, en los medios de comunicación masiva, en el "¿qué tal estás?" que tu vecino pregunta sin ánimo, sabiendo tú de buena fe que a tu vecino tu vida le trae sin cuidado, a no ser que te caigas por las escaleras, que será cuando el susodicho saque su teléfono móvil para grabar a golpes de zoom el golpazo que te acabas de pegar.
Lo cierto es que los hipócritas siempre se ofenden a causa de la verdad y esta sociedad en la que habitamos se encuentra cimentada sobre una hipocresía muy difícil de desbancar, a no ser que a las nuevas generaciones se les empiece a educar en los valores y las verdades básicas del ser humano, tales como el amor a las personas que nos rodean y la libertad de ser nosotros mismos.
Aunque, tal y como diría Chamfort sobre esta trama:
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