Siempre hay cadáveres prescindibles (Parte 40ª)

14 de noviembre 2023

La niebla alta cubría el cielo con un velo marmóreo impenetrable. Las copas de los árboles del parque inferían una amenaza al firmamento lista para desplegarse en cualquier instante como misiles dóciles esperando la pulsación del botón. Apenas había gente, algún jubilado echando pan a las palomas o algún corredor machacándose para lucir palmito en la oficina. K. obligó a Natalia a sentarse en un banco sacando la mano de la cazadora y mostrándosela con sorna.

— No soy como los matones con los que te juntas.

Ella le clavaba una mirada airada tras las gafas: los labios apretados y las cejas fruncidas formando una línea quebrada que parecía de acero pulido.

— ¿Por qué mandaste matar a tu marido?

K., advirtiendo la indignación de Natalia, iba notando como esa rabia que tanto daño hacía a su corazón convertían en trémulas sus palabras y le resecaban los labios al extremo hasta blanqueárselos con una costra. Sentía cómo el ardor agitaba su pecho y su corazón maltrecho gemía con coletazos que creía escuchar retumbar a lo largo y ancho del parque.

— Está usted loco de atar -dijo ella, despojándose de las gafas de sol y apartándose de él- Más le pegaría colocarse una bacía de barbero en vez de ese ridículo sombrero. ¡Valiente quijote figurón de Carabanchel! Es usted patético, señor mío.

K. notó que la excitación le ardía en la cara. La hubiera golpeado hasta que pidiera clemencia y le confesara su delito. Sin embargo, dejó que su ira, como hacia siempre, le invadiera hasta que convirtiera su sangre en fuego.

— ¡¡Mataste a Mésio por el puto dinero de lo que fuera!! -estalló, acercándose a ella en el banco.

— Ese pobre infeliz ya no era mi marido, ya no podía serlo -dijo ella retadora, arropándose con las solapas de su abrigo de piel el cuello- Vosotros, los más tirados del barrio, le pusisteis en un pedestal para reíros de él. Ya lo sé. Sé de esos versitos que leía en vuestros antros mientras os reíais todos y le llenabais el buche de vino barato. ¡Vosotros le fuisteis matando a desprecios! Yo necesitaba un futuro para mis hijas y con él ya no podía contarse.

— Tú necesitabas un futuro acomodado. Y te sobraba quien se pusiera por delante, maldita asesina.

— ¡Ya está bien de insultos! -exclamó ella levantándose- Me voy a trabajar si sabe usted lo que eso significa.

K. se levantó brusco con la intención de retenerla.

— ¡Tienes que decirme la puta verdad! -dijo iracundo a punto de llegar hasta ella.

— ¡¡Quieto, Peletero!!

Dos agentes de policía le sujetaban por los brazos.

— Sabrá que está infringiendo la ley atemorizando y reteniendo a esta señora. Lo sabe de sobra, Peletero.

El oficial Sanz se interpuso entre K. y Natalia. Tenía el semblante severo pero una pizca de complacencia le colgaba en la mitad de su boca. Apartó a Natalia y mandó que le esposaran.

— Ha colmado la gota que desborda el vaso, Peletero. La ley la representamos nosotros, no usted. Llévenselo.

Los dos agentes esposaron a K. y lo encaminaron hacia la puerta del parque.

— Ustedes no sirven a la justicia, Sanz -dijo K. volviendo la cabeza y desobedeciendo la orden de unos de los policías- Son unos jodidos títeres de una justicia muy particular.

Sanz hizo un ademán para que los agentes se lo llevaran rápido.

— Lo siento, señora Costán -le dijo Sanz poniendo cara de circunstancias- Este individuo se la estaba buscando con su descaro. Sería acertado que me acompañara hasta Colmenar para denunciarle o también puede hacerlo en la comisaría de distrito. Pero no deje de hacerlo.

Natalia había sacado del bolso un pequeño espejo y se componía el maquillaje con minuciosidad. Asentía a las palabras del oficial de policía pero como estando en otro lado, simplemente por cortesía.

— Recuerdo su amabilidad y la del subinspector cuando declaré con ustedes el mes pasado.-dijo sin detener su acicalamiento- La verdad es que nunca imaginé que uno de los amigotes que rondaban a Nemesio pudiera comportarse de esa manera tan salvaje. Denunciaré, por supuesto, pero ahora debo ir a trabajar, agente Sanz. Le agradezco su oportuna intervención; ese tipo me hubiera agredido sin duda.

Se despidieron a la puerta del parque María Eva Duarte de Perón. Con las gafas de sol puestas como parapeto, escudriñó a K. en el asiento trasero del coche policial. La observaba sesgado. El movimiento acompasado de sus hombros señalaba todavía una excitación que caminaba en su mirada. Cuando el coche arrancó, ella siguió bajando la calle hasta la plaza de Manuel Becerra.

Al entrar a la oficina de INTORSAM, preguntó sin dilación a la secretaria influencer si estaba ocupado el señor Figueras.

— Precisamente me ha dicho que deseaba verla nada más que viniera, señora Costán. -le contestó la secretaria desplegando sus largas pestañas.

Natalia apenas la dejó terminar la frase y taconeó con energía hasta el despacho de Cosme.

— ¡¡No me dijiste que estaba muerto!!

Le espetó nada más abrir la puerta.

Cosme Figueras le hizo un gesto para que cerrara la puerta y bajase el tono. Ella siguió hasta la mesa de él prescindiendo del beso cotidiano. Tiró el envoltorio de su compra y su bolso sobre el escritorio y se dejó caer en la silla giratoria.

— Ha sido un fallo lamentable -contestó él cerrando la puerta y hablando en voz baja- Samper está que trina y va a tomar medidas urgentes. Esto está todo controlado y no se nos puede ir de las manos por un imbécil.

Natalia echó la cabeza hacia atrás en la silla y suspiró con sonoridad.

— Ese imbécil me ha tenido retenida, Cosme, y, si no llega a ser porque la policía ha aparecido, hubiera sido capaz de pegarme. ¡Es increíble! Todo por alguien tan prescindible ¿Quién podría vivir con un ser que para todo tenía esa sonrisa de bobo? Nemesio dejó de ser él y nosotras tres necesitábamos seguir viviendo. ¡Seguir viviendo, Cosme, seguir vi-vi-en-do!

El tono de Natalia fue diluyéndose en un sollozo. Cosme la abrazó por detrás para besarla el cabello. El reloj de pared marcaba las cuatro y veinte de la tarde. Sólo su tictac enlatado era inalterable al llanto de la mujer. Marchaba indiferente, espasmódico saltando en el segundero. El mismo retrato con la figura de un Torcuato Samper Blanco con veinte años menos parecía compungido encaramado sobre el emblema de la empresa.

Cosme se mesó los cabellos entrecanos por detrás de la oreja y le susurró al oído con toda la dulzura que fue capaz: "Todo se solucionará, amor. Y te prometo ese viaje a Venecia de recién casados que siempre quisiste."

Natalia se volvió diligente para mezclar sus lágrimas con un beso entusiasta mientras la cogía la cabeza con las manos.

— Y me casaré de blanco con un vestido largo con muchos encajes y en La Almudena. -dijo ella enardecida.

Cosme asintió cerrando los ojos y atrayendo de nuevo su boca.