Vivimos rodeados de mentira, inmersos en ella, chapoteando, respirando mentira, engendrando mentira, votimando mentira, mintiendo.
Hay determinados contextos en los que no se concibe otra cosa, en los que otra cosa originaría un caos como cuando eres un crío y te sacan los ruedines de la bici prematuramente: las bofetadas contra el suelo se oyen en Cincinatti. No sé donde queda exactamente, pero suena lejos. Estoy pensando en la esfera política, que debería ser un prisma cruadangular en vez de una esfera: algo muy complejo. En política no es que esté contraindicado mentir, es que parece prescrito. Todo el mundo da por sentado que es una herramienta más para conseguir cierta ventaja o para sembrar dudas, o para que nos pongamos a mirar hacia otro lado. Los políticos más honestos son los que mienten poco, no los que no mienten. Decir lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa, eso es mentir. Cuando uno se muestra incapaz de rehuir a la mentira y por tanto esta adquiere una dimensión patológica, estamos ante el transtorno llamado mitomanía. Este transtorno psicológico tiene cierta similitud con la cleptomanía: en ambos el transtorno se impone a la voluntad de quien lo padece.
La más detestable de las mentiras son las que llamamos "medias verdades" (en lugar de "medias mentiras") y son detestables porque buscan el engaño desde el primer instante. Buscan el "¿ves como es verdad?". Te enseñan una puerta que tiene tras ella un muro de ladrillo. En el gran zoco de las relaciones humanas las medias verdades son moneda corriente, y circulan en cantidades muy superiores a las de las mentiras netas. Las medias verdades presentan, además de la ventaja de su disfraz, el aliciente de funcionar como excusa para el mentiroso. Es una forma de que este se crea su propia mentira, porque se aferra a la parte de verdad que hay en su mentira. Efectivamente, todo esto parece un trabalenguas, porque lo es, y un trabaconciencias y un modo de transformar los rostros en esa mezcla de ingredientes que llamamos cemento armado.
Solemos tenerle miedo a las personas demasiado sinceras. La redacción de la frase anterior me averguenza: ¿desde cuándo la verdad es "demasiado" verdad? Está claro que lidiamos mejor con la mentira que lo que podríamos tolerar una vida saturada de autenticidad. Y así nos va.